José Jaramillo


“El estilo es el hombre”, quiere decir que cada quien es un mundo diferente, no solo por las huellas dactilares, sino por el funcionamiento del organismo. Es un error garrafal pretender curarse de un mal con el mismo tratamiento de otra persona, sin que medie opinión profesional. También es muy personal la forma de ver cosas como las creencias religiosas o las ideas políticas. Y cada quien es único en los ademanes para expresarse, el tono de voz, los gestos y otros aspectos que individualizan a las personas. El asunto trasciende al arte y la literatura. Un melómano distingue al autor de una obra con escuchar unos pocos acordes de cualquier pieza suya. Igualmente, alguien afecto a la pintura identifica al pintor de un cuadro sin necesidad de ver la firma. También los expertos lectores saben quién es el autor de un texto en prosa o un poema por las características de su narrativa o el tono de la lírica. El asunto tiene de ancho y de largo cuando se trata de ensayos, novelas y demás producciones literarias, porque algunos autores tienen capacidad de síntesis y despachan una historia completa sin profundizar demasiado, mientras que otros se explayan en el desarrollo de una idea hundiéndose en la profundidad de múltiples detalles; o recorren los recovecos de la imaginación especulando con los pensamientos de los protagonistas. Lo uno y lo otro: la síntesis y la profusión, tienen méritos, dependiendo “del cristal con que se mire”, como advirtió el clásico español, porque algunos lectores de oficio, como los críticos profesionales, y quienes practican la lectura rápida, prefieren la brevedad, mientras que a quienes leen por placer, por matar el tiempo o porque gozan de la amplia disponibilidad de una vida ociosa, no les importa la extensión de un libro, sino su amenidad, el argumento o trama y el contenido ideológico, sea político, científico, filosófico u otro, al gusto del lector.
Toda esa “vuelta” para reseñar el reciente libro de Julián Chica Cardona, “Filadelfia y el Filósofo”*, en el que el autor, para descubrir el origen del nombre de su pueblo, conocer detalles del homónimo ubicado en el oriente medio y analizar el ideario del sabio filósofo paisano suyo, Danilo Cruz Vélez, hace un exhaustivo recorrido por la historia antigua de Egipto y Grecia, donde los amores endogámicos eran corrientes, entre dioses y reyes y sus hijas y hermanas. De ahí “Filadelfia”, que quiere decir amor entre hermanos. Aprovechando la “salida”, Julián, el autor, pasa por los Estados Unidos, donde una próspera ciudad se llama Filadelfia, y reseña por ahí derecho el origen del nombre de Pensilvania, “la selva de Penn”, fundada en los terrenos selváticos que donó el señor William Penn, terrateniente líder de los Cuáqueros, un pueblo de ascéticas costumbres, originario de Irlanda. Acompañarlo en ese recorrido es grato e interesante.
Concluye Chica Cardona el libro siguiendo a Cruz Vélez por las profundidades de sus ideas filosóficas, en las que sumerge al lector. Tales las adquirió el sabio filadelfeño en Alemania, tierra de sus ancestros maternos, y después las transmitió en la cátedra colombiana, como un aporte valioso al pensamiento criollo.
*Chica Cardona, Julián. Filadelfia y el Filósofo. Gobernación de Caldas. Manizales, 2021.
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