José Jaramillo


Dejamos La Habana para visitar el Complejo Turístico de Guamá, nombre del cacique que gobernó el lugar en épocas prehispánicas. Un lugar paradisíaco, con numerosas pequeñas islas sobre la Laguna del Tesoro. Actualmente es el Parque Natural de la península de Zapata, criadero de cocodrilos. En cada islita hay bohíos donde residen comunidades aborígenes y en la más grande un parador turístico. Mientras almorzábamos, una orquesta amenizaba el ambiente, donde la naturaleza ha puesto todos sus encantos al alcance de los ojos asombrados de los turistas. Una cantante negra, de cuerpo voluminoso y ciega, interpretaba con voz maravillosa un variado repertorio y de repente sonaron los acordes del pasodoble Feria de Manizales. Los miembros del grupo caldense se pusieron de pies, como movidos por un resorte. Abandonamos ese paraíso con destino a Matanzas, ciudad considerada la Atenas de Cuba, por su ambiente cultural y literario. Mientras descansábamos en la piscina del hotel Pasacaballos, un abogado bogotano de apellido Navas leyó en voz alta un poema que había escrito sobre la excursión. Sin palabras. En la libreta de apuntes que siempre tenía a la mano Augusto León, al alimón hicimos un soneto tomándole el pelo al “poeta”, cuya lectura causó asombro e hilaridad.
Cerca de Matanzas está Varaderos, donde se destaca el que fue palacio de un magnate, convertido en hotel, con lámparas colgantes como versallescas, pasamanos de bronce, mesas de mármol con floreros de porcelana, pisos y escaleras también de mármol… Una fantasía. Y las famosas playas, cuyas aguas se desvanecen en franjas de diversos colores y matices. En ellas puede adentrarse el bañista hasta un kilómetro y apenas le dan a la cintura; y las olas son una suave ondulación.
De regreso a La Habana, Navas tomó el micrófono de Ana María y volvió a leer su “poema”. Después dijo: “A ver, doctores Restrepo y Jaramillo, lean su soneto”. A lo que Augusto León replicó: “No, a nosotros sí nos da pena”. En La Habana, de nuevo nos hospedamos en el Hotel Nacional, a preparar el regreso a Colombia para el día siguiente. Los preparativos incluían regalarles a meseros y camareras los artículos de aseo personal, y ropa, que a los nativos no les vendían en las tiendas; y en el mercado negro eran costosísimos. Camino al aeropuerto, Ana María nos propuso ir a conocer a don Ernesto Guevara, padre del “Che” Guevara. El señor, como de 70 años, era un personaje encantador. De nuevo en el bus, la guía llegó retardada y llorosa. “Perdonen la tardanza y las lágrimas, pero me conmovió conocer al padre de uno de nuestros héroes”, dijo. Al oído le comenté a Augusto León: - Muy querido el viejito, pero tampoco para ponerse a llorar. - No sea pendejo, hombre -dijo airado-. Para estos comunistas conocer al papá del “Che” Guevara es como si a los godos nos llevaran a la carpintería de san José.
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