José Jaramillo


El dolor es, como los pases de favor para asistir a espectáculos, “personal e intransferible”. El peor dolor es el propio, el de uno. En la escala de perversidades que se han ideado los empresarios del crimen o, simplemente, quienes quieren obtener ganancias con el menor esfuerzo, ocupa uno de los primeros lugares el secuestro. Los grupos subversivos, de Colombia y de todo el mundo, adoptaron la retención ilegal de personas con fines extorsivos, como una fuente de ingresos, y así lo reconocen fríamente. Y los criminales comunes hacen lo propio, como quien explota un negocio cualquiera, que no requiere de mayores inversiones en infraestructura, tecnología y organización administrativa y comercial. Además de que sus utilidades no son sujeto de tributaciones al fisco. Pero, al margen de este frío análisis, hay personas, seres humanos, que afrontan un padecimiento moral y físico indescriptible, que comienza con la víctima y se extiende a familiares y amigos; y a toda la sociedad, que repudia el hecho con rabia e impotencia.
La “industria del secuestro” ha generado diversas estrategias para enfrentarlo y para manejar la situación de modo que se preserve, por encima de todo, la vida del secuestrado. Las autoridades, basadas en las experiencias, han diseñado modelos para combatir esa modalidad criminal e, inclusive, han creado cuerpos militares especializados. Las personas que se supone pueden ser objetivo de un secuestro, adoptan medidas para protegerse. Y han surgido profesionales habilitados para negociar secuestros o para asesorar a los allegados de las víctimas para que lo hagan.
En un libro que cayó a mis manos y leí más por curiosidad que por interés, titulado “Secuestro”, escrito por Humberto Vélez Ramírez, caldense radicado en Cali y académico en Historia y Humanidades de la Universidad del Valle, se cuenta con detalles estremecedores el caso del secuestro de un empresario cafetero de origen cundinamarqués, radicado desde muy joven en el Quindío donde hizo su fortuna, y se analiza con criterio científico el fenómeno criminal que en un momento se volvió “moda”. Además, se consignan las recomendaciones de un experto para manejar los casos, partiendo de la premisa de que para los secuestradores es un negocio. Y recomienda al negociador, cualquiera que sea, “separar la parte afectiva y manejar el asunto en forma fría y calculadora”. “Asumir al secuestrado como una mercancía que se va a negociar”; “Asumir, igualmente, que esa ‘mercancía’ tiene un valor para la familia y otro para los secuestradores”. Y “dilatar hasta lo posible y racional los tiempos de negociación, sin asustarse”. “Nadie sabe con la sed que otro boga”, pero da rabia pensar en que un hijo tiene que atender esas directrices, para tratar de salvar la vida de su papá.
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