José Jaramillo


La campaña política que se adelanta en Colombia para elegir el próximo año 2022 congresistas y presidente de la República, más que una contienda democrática, parece una riña de gallos, donde gana el más fuerte y espuelón. Las ideas brillan por su ausencia, salvo repetir la cantinela de educación, vivienda, seguridad, salud, emprendimiento y un largo etcétera, que es común a todas las campañas y a todos los candidatos, especialmente los aspirantes a las curules del Congreso Nacional, cuyos “principios” sólo se inspiran en llegar a ocuparlas, o permanecer en ellas quienes ya disfrutan de ese privilegio.
Por su parte, los aspirantes a ocupar el solio de Bolívar, como pomposamente se dice, poco tiempo tienen de estructurar un plan de gobierno para ejecutar en caso de ser elegidos, porque tienen que comenzar por buscar cómo financiarse (los costos de una campaña son astronómicos), dónde reclutar los votos necesarios y a quiénes arrimarse para formar alianzas, porque el éxito político se alcanza sumando votos, sin importar la procedencia. Preocupa más el costo, porque ninguna adhesión que aporte recursos es gratuita. Es necesario “hipotecar” la gestión, en caso de resultar victorioso el candidato, para cancelar la deuda con burocracia, contratos y otras gabelas.
Lo anterior es el resultado de la degradación de la democracia, un mal que se ha expandido por todo el mundo, con efectos más nocivos que los de cualquier pandemia. Así las cosas, se impone la astucia por encima de las ideas. Éstas, a los electores poco les importan. In illo témpore, los políticos se preparaban para aspirar al poder con programas meticulosamente elaborados, ayudados por expertos. Presentaban en sus intervenciones públicas ideas concretas, inspiradas en principios y valores. Tenían planes bien pensados, con cronogramas, prioridades y demás ingredientes necesarios para alcanzar los objetivos propuestos, el principal de ellos el bienestar de la comunidad.
Esos “romanticismos”, junto con la ética y el patriotismo, son los que “el viento se llevó”, cuando soplaron intereses mafiosos y aspiraciones de inversionistas con proyectos depredadores del ecosistema o potentados con necesidad de colocar excesos de liquidez, sin ninguna motivación distinta de aumentar sus ganancias, y ascender en el ranking de los más ricos, porque “negocio es negocio”. Para estos efectos, los modernos conquistadores, en lugar de armas tienen chequeras cargadas de monedas fuertes, y cuentan con la asesoría de intermediarios especializados, con gran capacidad de lobby, que buscan empresas exitosas, sólidamente consolidadas en los mercados, para proponer ofertas agresivas y adquirir su control. A los “inversionistas” les importa un bledo la suerte económica y social de países que ni siquiera conocen. “Y tantos pobres con hambre”, como dicen las señoras piadosas.
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