José Jaramillo


El exministro de salud, y actual rector de la Universidad de los Andes, Alejandro Gaviria, es un personaje de tener en cuenta. Sus opiniones sobre asuntos de Estado provienen de su formación académica, técnica y humanística, distinta de la improvisación de los hijos de papi, cuya premura por figurar no les da tiempo para completar sus estudios. Algunos “legisladores” adquieren los votos necesarios para ser elegidos representantes o senadores a cualquier precio. La plata no es problema. Por eso los parlamentos de muchos países llevan a la democracia hacia despeñaderos impredecibles. Gaviria, el rector, piensa y actúa con coherencia y responsabilidad. Además de independencia y eficiencia, porque no les tiene que rendir cuentas a jefes políticos, ni necesita mendigar puestos.
En el reciente libro del expresidente Juan Manuel Santos (2010-2018), “Un mensaje optimista para un mundo en crisis” (Planeta, 2020), Alejandro Gaviria, entrevistado por el autor, reconoce que en un mundo cambiante “(...) el reformismo permanente es más eficaz que las grandes reformas estructurales, que quieren resolverlo todo”. Es cierto. El líder que orienta a comunidades diversas, en circunstancias necesariamente cambiantes, mal hace en aferrarse a normas inflexibles, por apego a promesas previas a su investidura. El suyo no es un compromiso de estatua, invariable en el mármol o el bronce, ni la normatividad que lo rige es una camisa de fuerza. Para eso tiene la facultad de pensar y de orientar sus decisiones por las ondulaciones de los hechos, para que su gestión cumpla con el supremo compromiso de garantizar el bienestar de la comunidad a su cuidado. La visión de corto alcance de políticos improvisados ha insistido tozudamente en un centralismo que contradice todos los factores socioeconómicos de un país como Colombia, que por diversas razones son varios. Centralistas y federalistas, después de la independencia, trataron de resolver el asunto, más que con estudios y razones, con las armas. La Constitución de Rionegro, a mediados del siglo XIX, creó estados soberanos que atizaron confrontaciones bélicas entre regiones, que obligaron a regresar al centralismo, tan apetecido por los bogotanos. Un intento reformista posterior propuso la fórmula de “centralismo político y descentralización administrativa”, que en la práctica no es ni lo uno ni lo otro. A mandatarios de todas las regiones, y ministros, magistrados, parlamentarios y otros altos funcionarios, los absorbe el centralismo, porque el inmediatismo politiquero no da tiempo para pensar en cambios trascendentales. Como crear un gobierno federado, porque la naturaleza de las regiones colombianas lo exige.
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