José Jaramillo


“Entre Fulano y Zutano, prefiero a Fulano”, decía un joven profesional, a propósito de la polarización que se incrustó en la política colombiana, como una plaga devastadora. Desaparecieron los términos medios, el equilibrio ideológico, para plantear la alternativa entre el poder concentrado, autoritario; y el mesianismo populista, proteccionista y depredador. En un momento de abundancia de líderes, alguien dijo que había “más caciques que indios”. Lo de ahora es una profusión de aspirantes a gobernar, con perfiles melancólicos en cuanto a valores para el liderazgo.
No aparece alguien que no tenga que comenzar por buscar recursos de financiación. Lo que se ha visto en los últimos tiempos es que sin plata para hacer campaña y seducir votantes, “paila”, como dicen los muchachos. Y esa plata la tiene la corrupción, vestida de diferentes formas, melosa, ladina, soterrada, ambiciosa y arrasadora. Por un raro fenómeno de caballo cochero, organizaciones políticas, medios de comunicación y votantes anónimos miran para los mismos lados, revolviendo nombres, como se mece en la paila la natilla. A nadie se le ocurre buscar alternativas, que las hay, porque Fulano y Zutano se apoderaron de la política en su integridad y a nadie se le ocurre buscar opciones distintas. Y cuando aparecen, no tienen los adalides, lógica ni estrategia operativa y se atomizan para perder indefectiblemente, mientras le allanan el camino a los mismos de siempre.
Personas con capacidades para gobernar no están dispuestas a entrar en disputas que se inspiran en inmediatismos mezquinos, sin vocación de grandeza. Varias veces se ha invocado en esta columna la frase de Churchill que es lapidaria: “La gente no quiere ser útil sino importante”. Después del estadista británico, se redondeó la idea con términos más pedreros: “Los políticos piensan en las próximas elecciones, sin importarles las próximas generaciones”. La Constituyente del 91 creó la elección popular de alcaldes y gobernadores y la remuneración de diputados y concejales.
Esa noble iniciativa se prostituyó en la rebatiña electorera, con miras los candidatos a enriquecerse y a conseguir una jugosa jubilación, más que en pasar a la historia por sus buenas realizaciones. La democracia se les entregó a empresarios electoreros y a contratistas, que dieron inicio a lo que el filósofo austro-húngaro Friedrich von Hayek (1899-1992) llamó “la dictadura de las mayorías” (compradas o amenazadas), en Colombia y en muchos otros países. Líderes sociales, organizaciones benéficas y empresarios filantrópicos tuvieron que recoger las banderas de la democracia humanitaria, los valores morales, la ética y el sano y eficiente desarrollo social, para empujar a las comunidades por senderos de superación, a pesar de los obstáculos que les pone la burocracia oficial. Hace falta escoger un presidente de la República competente, con visión de grandeza.
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