Jorge Raad


El fatigoso trajín del diario vivir deja de lado, casi permanentemente, las reflexiones sobre la existencia propia y de los demás seres de la naturaleza, comenzando por los otros humanos quienes son los seres superiores del planeta, a pesar de que algunos creen o fingen creer que las personas deben ocupar un lugar secundario, una inhumana concepción en el ordenamiento natural de la vida.
El derecho que tienen las personas para calificar los errores de otros, entra siempre en un ámbito con muchas aristas, porque la evaluación de los derechos y deberes no siempre es fácil y ellos están determinados por la propia naturaleza de los sujetos, su formación y sus intereses, que no siempre son válidos ante los demás.
Creer que siempre se tiene el derecho absoluto y la verdad sobre los demás, es una posición injusta, además de poco natural por cuanto se ignora la certeza de que los humanos se equivocan en materia leve o grave en cualquier momento de su vida.
También es cierto las personas que se equivocan de diferente manera: poco o mucho; sobre lo mismo o en diferentes aspectos; desprevenida o intencionalmente. Se podrían hacer listados de las causas de los errores y de los mecanismos mediante los cuales se producen.
Muchos errores se pueden evidenciar en vida de los autores, hay algunos que solo con la muerte emergen, y otros, bastantes, pasan desapercibidos para siempre y si son leves con mayor probabilidad, afortunadamente.
Sin embargo, muchos que no son autoridad se toman el poder de ser censores acérrimos, por encima de cualquier consideración de la vida de cada ser humano, ya sea que vivan lejos o compartan territorio. La convivencia implica un máximo de respeto, independientemente de las consideraciones a que dieren lugar las actuaciones de los asociados.
En todas las etapas de la civilización han aparecido los inquisidores. La evidencia se encuentra por doquier con solo reflexionar sobre lo que se observa, lee u oye.
La inquisición, diferente a la Santa y Romana, cuando desborda al mismo ser humano en sus derechos, se convierte en acto nocivo que debe ser en primer lugar combatido por quienes tienen la obligación de impartir justicia, lo que implica equidad. Lo equitativo es esencial para la inmensa mayoría.
Pero la inquisición también debe ser combatida por la sociedad, ello sin embargo es muy difícil en sociedades que se han acostumbrado a desvirtuar injustamente, y menospreciar a los asociados. Los intereses ruines destruyen los núcleos sociales y llegan a producir hecatombes de difícil recuperación, entre los humanos congregados.
La tortura, utilizada en la inquisición como mecanismo para agredir, no se justifica por ninguna razón, ni para obtener pruebas ya que han sido reemplazadas por el afortunado principio de la prueba testimonial. Ante las autoridades la víctima se convierte en un testigo y le corresponde al Estado demostrar la verdad.
La ordalía, como instrumento, ha quedado atrás para beneficio de los seres humanos, en los órdenes jurídicos, pero permanece presente en varios estados, de una manera encubierta y lastimosamente también abierta. Los inquisidores, más allá de los soplones, son personas que no han entendido su papel dentro de la sociedad.
Cuando miembros de la sociedad tratan por cualquier medio de obtener determinados beneficios aduciendo razones mentirosas, los demás quedan inermes, porque las armas que se utilizan no son leales con los principios que deben regir una convivencia exigible.
Dinero, poder, sometimiento y capricho, en varios órdenes son intereses que se evidencian o se encubren por quienes por todos los medios quieren impedir los derechos de las otras personas. Cuando se respetan los derechos de los demás y ellos no perjudican a nadie por cuanto se encuentran dentro del concepto de libre albedrío de cada ser humano, es un indicador de madurez social.
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