Jorge Raad


Manizales es una ciudad especial, de ello no hay duda. Pueden dar testimonio quienes han nacido y vivido permanentemente en ella o quienes han regresado a su terruño natal luego de pocos o largos años de ausencia o quienes han migrado desde otros lares del departamento de Caldas, inclusive de lejanas tierras colombianas o extranjeras.
A los ancianos de hoy les correspondió vivir la ciudad del centenario, y si están en condiciones mentales satisfactorias pueden recordar perfectamente a la ciudad y las gentes de la época que vivían en medio de las estructuras y los significativos emblemas de la Catedral, de la Inmaculada, del ferrocarril y del Cable.
Lo especial de la ciudad no son el cemento, la madera, la guadua y el hierro, que si bien tienen gran importancia en la vida citadina, son secundarias frente a las personas que han hecho posible la ciudad. Esta es producto de todos sus habitantes en las diferentes épocas en las cuales les ha correspondido vivir.
Desde el humilde, quien con su trabajo físico, intelectual o ambos, hasta el encumbrado económicamente, inclusive quienes sin más pertenencias que su ropa y cazuela, han construido la ciudad. Manizales es irrepetible, porque es una amalgama de muchos factores en diversas proporciones y características que han aportado sus ciudadanos y cuyo listado es largo y complejo.
De contera, es imposible entender plenamente la Ciudad Universitaria sin la presencia actual de un verdadero hospital o clínica que cumpla con todos los requisitos y funciones, destinado exclusivamente a la formación universitaria en medio de ofertas en salud en medicina, enfermería, laboratorio clínico, odontología, todas con sus respectivos postgrados.
Hoy los que habitan la ciudad pueden proclamar las excelsitudes así como las necesidades citadinas que influyen en la vida de los seres que han escogido las laderas del páramo de El Ruiz para vivir.
Manizales ha tenido varios e importantes historiadores y cronistas, la diferencia parece ser sutil pero no lo es, quienes han descrito sus orígenes hasta la actualidad. Cada uno ha aportado sus investigaciones o su manera de ver y describir lo cotidiano que le ha correspondido vivir.
Cada uno de ellos con su bagaje intelectual, que incluye la vocación, la dedicación, la información y el análisis, según el caso, ha hecho posible evidenciar el desarrollo de la villa que fundaron quienes descuajaron sus selvas.
Ahora que se retoma la historia aparece una reedición maravillosa del libro Manizales de Luis Londoño Ospina, producto de un concurso de historia en 1924, el cual fue publicado por primera vez en 1936 por la añorada Imprenta Departamental de Caldas. El nuevo documento ha tenido a Pablo Felipe Hoyos Körbel y Vicente Arango Estrada como sus líderes en la edición, revisión y ampliación.
Hay que comenzar los elogios haciendo la reseña sobre la edición: el formato, la diagramación, las carátulas, el papel y la letra. Merecen especial reconocimiento las notas explicadoras de pie de página,-que ayudan de una manera extraordinaria a relacionar con lo actual-, las abundantes e interesantes imágenes que refrendan y recrean el texto original y el color.
Lo que se debe leer o releer sin falta por los manizaleños, de aquí o de allá, son los textos originales ahora al alcance de todos, que muestran a Manizales hasta 1924 con sus propios acontecimientos y que marcaron el devenir posterior de la ciudad y sus gentes.
El manizaleño es una persona aparte del resto de Colombia, definido por su especial manera de ser frente a sus obras, entidades y a sus congéneres.
Esta obra es imprescindible para ser consultada y analizada en todos los establecimientos de educación, sin límite de nivel educativo. Lo dicho: para entender muchos eventos y personas es necesario la visión histórica de la ciudad desde la colonización hasta la fecha, con sus nuevas estructuras viales, comerciales, empresariales y el desarrollo del sector universitario.
Los manizaleños, encontrarán en el documento una obra que al leerla, junto a otras relacionadas, comprenderán lo que ha significado la tenacidad de quienes han hecho ciudad en su plena concepción.
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