Jorge Raad


En la mayoría de los pueblos del planeta existe al menos una estatua que recuerda a un personaje o un hecho que en su momento fue importante para aquellos que la erigieron. Casi todas se conservan a través del tiempo, quizá trasladadas de sitio por motivos disímiles.
Los colombianos pueden recordar hechos promovidos por algunos en determinadas épocas, cuando derribaron efigies por motivos que no todos entendían ni aprobaban. Pero el fondo era político, filosófico, religioso, social, académico, deportivo o simplemente por consideraciones de oportunidad, incluyendo actos vandálicos.
Casi todas esas estatuas tienen una base denominada pedestal. La calificación coloquial de subir o estar sobre el pedestal indica una situación especial de preferencia o enaltecimiento. La mayoría quiere subir, todos quieren permanecer y si baja o lo bajan que sea discretamente. Todo ello es la simple representación del comportamiento humano.
¿Quién ha sido o es absolutamente perfecto, independientemente de razones religiosas? La respuesta contundente es nadie. Pero han existido y existen miles de millones de seres humanos, que se comportan como lo que son: personas. Cada quien tiene su pedestal y moverlo de allí tiene diferentes causas que van desde la injusticia a probados motivos de indignidad.
Sin embargo, la historia no puede ser asaltada sin un juicio local o universal. Lo que antes era bueno, no siempre lo será y lo que ha sido malo tampoco se le puede negar el resarcimiento. Todo en determinado momento es subjetivo; por lo tanto, la calificación humana es variable y a veces impredecible.
En la academia que se supone es absolutamente estricta en conceder honores, de todas clases, van apareciendo, como se ha mencionado antes, personas que van cayendo del pedestal, cuando se escudriña con profundidad empleando nuevos métodos o comprobando con lo ya existentes, que lo anunciado en las investigaciones no se ajusta a la realidad. Habrá que pensar en la verdad
Las razones de la caída, con o sin dolo, son muchas. Sólo el estudio de cada caso aportará los elementos que propiciaron al menos la pérdida de la credibilidad. La falla no siempre está en el investigador;las instituciones pueden ser partícipes de la responsabilidad, lo mismo que los evaluadores y los editores de las publicaciones científicas.
La semana anterior apareció en Science un comentario de Cathleen O´Grady basado en publicaciones y comentarios en revistas científicas, que indican que el psicólogo Hans Eynseck, uno de los tres grandes de la psicología del siglo XX,-Sigmund Freud y Jean Piaget-, se caía del pedestal académico por una serie de trabajos publicados, unos borrados y otros no, sobre el comportamiento de las personas en relación con el cáncer y a las enfermedades cardiovasculares. Afirmó el investigador que la personalidad era importante en la recuperación de pacientes con estas enfermedades y, por lo tanto, la muerte estaba estrechamente relacionada. Eysenk y Ronald Grossarth-Maticek llegaron a afirmar que determinadas personalidades podrían contribuir a la muerte por cáncer hasta 70 veces más que en aquellas personas que tenían otros temperamentos.
Se ha demostrado que las cifras de sus investigaciones no se ajustan a las condiciones biológicas y matemáticas que deben esgrimir los trabajos que pretenden demostrar verdades. Sin embargo, los datos del estricto análisis científico posterior indicaron que había una modesta relación entre la enfermedad cardiovascular y personalidad.
Hoy y menos en el futuro, nadie estará seguro en su pedestal. Algunos suben o caen justa o injustamente. Otros permanecerán, ¿Pero hasta cuándo? Y, otros, la inmensa mayoría, nunca llegarán al pedestal ya sea justa o injustamente. Ahora en plática coloquial, ¿Serán necesarios los pedestales?
Nota 1: Manizales, Ciudad Universitaria, está urgida de voluntades políticas, académicas y sociales.
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