En los albores del gobierno de Iván Duque se celebró el referéndum contra la corrupción, forma de protesta civilizada y pacífica, que acudió a uno de los mecanismos previstos en la Constitución del 91 con el objeto de estimular a la ciudadanía a participar con toda libertad, en los asuntos del Estado.
El presidente convocó a palacio a todos los partidos políticos afincados en el Congreso de la República. En la fotografía aparecen los unos y los otros, los del partido liberal, la oposición y los miembros desmovilizados de las Farc, los de Cambio Radical y los de la U, los Conservadores y los representantes de las iglesias cristianas y, por supuesto, el Centro Democrático. La imagen parecía ser histórica, al verla sentí, en lo más profundo, no haber votado por Iván Duque, me estaba quedando por fuera de la historia.
Se obtuvieron 11´645.000 millones de votos, 1’246.311 más de los que necesitó Iván Duque para tener acceso al solio de Bolívar. Faltaron muy pocos para que esta iniciativa tuviera fuerza de ley y pudiera ser validada en el Congreso como un mandato incontrovertible de la democracia colombiana. El gobierno, a pesar de haberla aplaudido y de su impostado llamado al legislativo; “Espero que este paquete esté aprobado antes de diciembre de este año (2018)”, dejó al garete la posibilidad de un consenso que auguraba que otros más estarían por venir. Se alzó de hombros y todo quedó como estaba, seguimos como el cangrejo, caminando hacia atrás. De los siete proyectos que estructuraban la propuesta, solo uno logro salvarse, los otros seis se fueron enredando uno a uno hasta el vergonzoso naufragio final.
Hoy se exige, salvo a los venezolanos y a los de Cuba, que la protesta sea pacífica, una imagen homologable a los desfiles del 20 de Julio o las procesiones del Sagrado Corazón, aséptica manifestación, carente de cualquier acción que pudiera perturbar el “orden público”. El informe de la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoce que si no se subvierte en algo la vida cotidiana, no habrá manera de obtener respuesta a las exigencias del abandono, el racismo, la inequidad; una larga lista que se expresa con indudable nitidez en las protestas que acaecen en el vertiginoso mundo del presente. La historia que casi todo lo tiene por escrito, puede corroborar con creces, lo que acaba de ser dicho.
Para evitar cualquier equívoco, tengo el deber de expresar que se me ponen los pelos de punta, indignado, ante cualquier acto de vandalismo, daño a la propiedad privada y al patrimonio público, me molesta un grafiti mal puesto, que se pisoteen los jardines de las avenidas y las calles, que se embadurnen con pintura las fachadas de los edificios, que se destruya el transporte, que se bloqueen las vías urbanas y las carreteras, así como también que se joda a la policía o al ESMAD; y por supuesto, que se dispare a la topa tolondra, o se enfoque con precisión el objetivo para matar o “mutilar” a los protestantes, cualquiera sea el nivel de su agresión.
En el citado referéndum no se reclamaba una educación o un sistema de salud con calidad, ni protección para la Amazonía, ni la renta básica, nada en suma, que exigiera cuantiosas inversiones del estado, solo se pedía que no se robaran la plata, que le pusieran talanqueras a la corrupción que se embolsilla oronda 50 billones de pesos anualmente. Tres veces más de lo que se estima recaudará el Estado en la próxima reforma tributaria.
Entonces aparecieron los analistas económicos que tasaron la “destrucción” del país, a causa de la protestas, los bloqueos y los daños al patrimonio público y privado. Según Fedesarrollo en mayo se habían causado pérdidas por un valor que oscila entre 4,8 y 6,1 billones de pesos.
Este es, ante todo, un asunto de “justas proporciones”, entre el costo de las reformas aplazadas, los desmanes de los infiltrados y algunos manifestantes, el valor de las negociables peticiones del paro y, el costo, este sí, enorme, de la inequidad.
Mientras la corrupción sea en este país sinónimo de todo aquello que esté asociado a lo político y, que cualquiera de sus manifestaciones tenga por encargo aceitar sus maquinarias para seguir siendo el sostén del ejecutivo, el legislativo, el judicial...
A pesar de la descorazonadora realidad, no podemos por ningún motivo bajar la guardia, las protestas deben seguir en pie.
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