Jorge Alberto Gutierrez


La marcha nacional del 21 de noviembre, una manifestación multitudinaria reflejo del descontento nacional y eco de la transformación profunda que ha empezado a gestarse en los cuatro puntos cardinales del mundo, fue una indiscutible expresión de civilidad que repudia la manera como las élites económicas y políticas y en la actualidad el Centro Democrático, están “gobernando” a Colombia.
La desconexión del presidente Duque con el país se hizo más evidente cuando en su alocución de la noche del jueves dijo no estar de acuerdo, ni entender las motivaciones que indujeron a multitud de colombianos de todas las etnias y clases sociales a salir a las calles. Se mostró incapaz de valorar las razones del paro al afirmar, que su gobierno asumió desde el primer día la tarea ingente de hacer las reformas sociales que el país necesita, que ha cumplido a cabalidad con los acuerdos suscritos por él y sus ministros, concluyendo con “ingenuo” desparpajo, que él definitivamente no ve razones para protestar.
Desafortunadamente en las horas de la noche en Bogotá, Cali, y otros lugares del país, la protesta fue infiltrada por anarquistas, azuzados en algunos casos por la fuerza pública, quienes acudieron a condenables hechos criminales pretendiendo que un acto político ejemplar, derivara en una auténtica guerra campal de consecuencias impredecibles para la adolescente democracia nacional.
Estoy completamente de acuerdo con el presidente Duque y su vicepresidenta cuando piden que las protestas sean pacíficas, no obstante me parece un contrasentido que Álvaro Uribe Vélez líder por antonomasia de la agrupación política que los acompaña, en una clara incitación a la violencia, publicó en su cuenta de Twitter la lista de los organizadores del paro con las coordenadas necesarias para encontrarlos, lo que mereció que las directivas de esta red social lo bloquearan.
Contrastar las opiniones de los que asistimos a la manifestación, de lo que dicen los medios de comunicación, de lo que realmente está pasando, con los prejuicios de aquellos que pretenden tapar el sol con la mano, que no tienen ninguna intención de ver aunque sea un poco, el desasosiego que sufren la gran mayoría de los colombianos que los motiva a presentar en las calles, una y otra vez sus reclamos desatendidos desde siempre, es una tarea que de por sí parece bastante estéril; a propósito circula por las redes sociales el siguiente chat: “Perfil del marchante promedio: un personaje con problemas de adicciones, pobretón, fracasado, resentido, violento y manipulable... utilizado como idiota útil por el narcoterrorismo comunista Petro faruco eleno.”
En esa sucesión de chats, el siguiente aplaude el que acabamos de leer, porque lo considera como una “excelente REFLEXIÓN” (El subrayado es mío). Pero la realidad es bien distinta, los marchantes promedio éramos gente educada, profesionales o estudiantes, profesores universitarios o de colegio, intelectuales, artistas, amas de casa, trabajadores, indígenas, negros... una muestra cualificada y enorme de la sociedad en que vivimos. Los cacerolazos, marchas y protestas pacíficas que han seguido sucediendo son una muestra palpable de lo que acabo de señalar.
Al final de la tarde cuando el sol se ocultaba en el horizonte, la plaza de Bolívar de Manizales, ese anfiteatro diseñado para las manifestaciones más vívidas de la democracia, estaba colmada de gente cohesionada por su justo reclamo de una vida mejor mientras entonaba emocionada el himno nacional.
Pienso a manera de corolario que la votación que llevó a Iván Duque al solio de Bolívar, no fue toda en apoyo a sus propuestas de campaña (ayer miércoles 27 de noviembre seguía insistiendo para justificarse, que tenía el respaldo de más de diez millones de votos) y, tampoco un espaldarazo irrestricto al Centro Democrático, sino y, en buena parte, a un temor real o inducido a Gustavo Petro, por eso me parece que llegó el momento para el presidente de entenderlo y dejar de lado esa camarilla cerrada y estrecha que le ha impedido ver y oír la realidad en que vivimos. Es hora de gobernar con lo más representativo del pueblo y, para el pueblo colombiano.
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