Jaime Escobar Herrera


A diario conocemos cifras estremecedoras: El 60% del cuerpo humano tiene como componente el agua, el 3% del agua que cubre la tierra es potable y solo el 1% es de fácil acceso; el 75% del agua es utilizada en sanitarios y lavaderos. Con el crecimiento acelerado de la población, en el mundo se calcula que millones de personas viven con una disponibilidad de 10 litros/día. Los expertos consideran la sequía con mayor poder de desplazamiento que las armas. Grandes extensiones de terrenos salen del mercado agropecuario por la falta de agua y cada 15 segundos, muere en el mundo un niño por patologías asociadas con el agua.
Sin embargo, Colombia es un país privilegiado por las características de la circulación atmosférica, las diferencias de humedad y porque tiene un régimen pluviométrico muy variado. El 88% del territorio registra un promedio en lluvias de 2.700 mm/año, distribuidas entre la Amazonia, Orinoquia, sector Caribe, Pacífico y Catatumbo. El total de las precipitaciones en Colombia alcanza un registro de 3.000 mm/media anual, cuando a nivel mundial tienen 900 mm/media anual y 1.600 mm en Suramérica.
Cuenta nuestro país con unas fábricas naturales de recursos hídricos, ubicadas estratégicamente en páramos, nevados, bosques, humedales y selva tropical, circundados por la zona andina, con el 70% de la población nacional y el 85% del PIB. Estas comunidades se abastecen de aguas que llegan a través de quebradas, riachuelos, ríos y grandes afluentes. Pero así como la naturaleza ha sido pródiga con nuestro país, sus pobladores hemos sido indiferentes con la riqueza que tenemos y progresivamente, destructores de un beneficio no siempre valorado. La deforestación de las cuencas hidrográficas, la contaminación de la explotación minera ilegal, el vertimiento de residuos industriales y aguas negras, el uso del suelo de manera inadecuada, la no intervención de deslizamientos de ladera, la no corrección de cauces que amenazan inundaciones, son entre otros, los factores que inciden en el exterminio vulgar de nuestras fuentes de agua.
Pero algo fundamental es la inexistencia de planes de conservación, recuperación, protección, monitoreo y vigilancia de las cuencas hidrográficas. Los lamentables hechos ocurridos en la ola invernal que afecta el país, demuestran la imprevisión de sucesos que pudieron evitarse. El Estado aparece cuando se presentan tragedias anunciadas con anticipación, pero cuando ha debido actuar, ha sido indolente o permisivo. Si el colectivo nacional crea conciencia sobre la necesidad de cuidar las fuentes de agua, por lo que representan para la vida de los seres humanos y todo lo aleatorio a su subsistencia, los páramos y las altas montañas deben declararse sagrarios de vida, las cuencas por donde circule el agua se respetarán como lo que son, conductos provistos por la naturaleza para encauzar el líquido vital y a las excretas contaminantes, daremos unos tratamientos especiales para evitar los daños al biosistema de nuestros afluentes.
Es generoso el inventario de nuestros ríos; largos, cortos, caudalosos, anchos, profundos, de diferentes coloraciones, unos ricos en pesca y otros con inmensas riquezas auríferas en su lecho, muchos el referente de transporte fluvial de extensas regiones y unos pocos, abastecedores de las grandes presas en las cuales se acumula las fuentes generadoras de energía. Pero otra cosa es la situación de los ríos en invierno; inundaciones y desbordamientos, avalanchas, destrucción de la infraestructura vial con sus puentes y diques de protección. Es un espectáculo en el cual año tras año, presenciamos tragedias que dejan una honda huella en la población. Aquí es donde el Estado y los ciudadanos debemos asumir unos serios compromisos; la naturaleza avisa y con anticipación, ¿por qué no podemos anticiparnos a las tragedias, elaborando unos planes de prevención e intervención en cauces que originan riesgo?
A través de la utilización de los caudales de agua con microcentrales de energía eléctrica, podríamos comprometer el cuidado y mantenimiento de estas fuentes de recursos hídricos. Las poblaciones ribereñas se beneficiarían del acueducto y de unos kilovatios utilizables en alumbrado público. Esto sin tocar la comercialización y suministro de energía del sistema intercomunicado, logrando así el uso racional de un recurso natural como el agua, en reforestación, energía y acueducto.
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