Fragmentos de la realidad que vivo.
Fragmentos de memoria para borrar el horror.
Fragmentos de metal que funden la violencia y el dolor.
Fragmentos de país deformado por el odio.
Fragmentos de patria que se cae a pedazos.
Es una mañana soleada en Bogotá, tomo un taxi en la calle y solo le digo al conductor: Por favor lléveme a Fragmentos. Y él me contesta con una cara de pocos amigos: ¡Fragmentos! Y yo replico: ¿usted sabe dónde queda la Plaza de Bolívar o el Estadio? y él me responde que sí. Entonces, debe saber el lugar de Fragmentos el “contra monumento” que creó la artista Doris Salcedo con las armas de las Farc. Él me mira con ironía y solo me dice: Mire señora, usted no parece de la capital, deme una dirección, “waze” nos lleva allí y por la ruta menos congestionada. Entonces resignada busco en Google: carrera 7 #6b -30, se lo muestro en mi celular y me dedico ensimismada a contemplar el centro de Bogotá por mi ventana.
Llego, y desde que cruzo la puerta un escalofrío se apodera de mí. Mi alma siente el silencio y el vacío que llena todo el lugar. Empiezo a pisar esas láminas de metal que conforman el piso con un área de 800 metros cuadrados de lo que antes era una casa. El corredor me lleva hasta el fondo para encontrarme con el salón principal; allí mi primera sensación es de inmensidad y ausencia. Tengo sentimientos encontrados: dolor, ira y calma. Piso lo que antes fueron armas; piso el poder de la violencia; piso lo que doblegó y segó miles de vidas. Estos instrumentos de guerra, ya no me pueden hacer daño y estoy por encima de su poder. Estas lozas de metal son 37 toneladas de armas y municiones entregadas por las Farc, fundidas y talladas por mujeres víctimas de la violencia sexual dentro del conflicto armado.
Quiero pisar cada lámina y en mi recorrido hago una especie de vía crucis, como el que se hace en las iglesias. Recuerdo los momentos de mi vida en que me encontré con esta guerra, que no se compara con lo vivido por estas mujeres, pero es mi historia, como la tiene de alguna manera cada uno de los colombianos que hemos vivido estos cincuenta años de guerra. Sigo mi camino y en algún momento me siento en el piso, quiero tocar esas cicatrices talladas por esas mujeres que exorcizaron su dolor martillando el metal y… rezo; pienso en mis hijas… y perdono. Podría quedarme toda la tarde allí, meditando mis fragmentos de vida, mis fragmentos de dolor de patria.
Y cuando estoy saliendo del salón, justo cuando dejo de mirar el piso, me encuentro con una ventana alta e inmensa, que me obliga a mirar hacia arriba y enmarca un cielo azul como un gran cuadro que debería llamarse futuro o esperanza.
Ahora paso a una sala donde se presenta el documental que cuenta la historia de la obra de arte. Desde que se recolectan las armas y se las llevan a Indumil custodiadas por la policía para su fundición. Ver derretirse un fusil, me llena de esperanza, pero al mismo tiempo me recuerda las armas que siguen empuñadas matando líderes sociales, mujeres, hombres y niños. Luego hablan las mujeres que martillaron su dolor en el metal y allí lloro al escuchar sus historias. “Las mujeres somos trofeos de guerra”, dice una de ellas. Un objeto de satisfacción para los hombres borrachos de ambición y maldad. Siempre en las guerras los niños y las mujeres son en quienes más se ensaña la violencia.
Luego recorro los jardines que dan testimonio de la casa que antes había allí, muros de tapia que también cuentan su historia. Entre los helechos arbóreos me recobro, aunque una tristeza me acompañó el resto del día.
Al salir a la calle me quedo con una frase que repiten varias de ellas en el documental: “uno perdona, pero no olvida” y para no olvidar, todo aquel que vaya o viva en Bogotá debería visitar “Fragmentos” para no repetir nunca más estos cincuenta años de dolor, en especial, en estos momentos de locura y rencor que nos siguen acompañando.
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