Germán López


Fue hombre de cuna, hijo de don Luis Jaramillo Restrepo (Sonsoneño) y doña Amelia Estrada Mejía (Aguadeña), ambos descendientes de don Lorenzo Jaramillo, ciudadanos ilustres, respetuosos, cívicos, quienes se fincaron tempranamente en Manizales para construir sociedad, ciudad y progreso; tanto así que donaron los terrenos de “Villa Kempis” a la curia en la década de los 40, entre otras obras significativas obras sociales.
Al terminar su bachillerato, le ofrecieron su tarjeta militar por algunos “denarios”, pero se rehusó y decidió más bien engrosar las filas militares en el Batallón Miguel Antonio Caro, en Bogotá. Estudió derecho en la Universidad de Caldas, fue juez de la República, connotado abogado laboralista pero impetuoso civilista, litigante incansable, respetuoso, reflexivo, justo, aguerrido pero sereno, no imponía pero tampoco “tragaba entero”. Tan clara su argumentación, que nunca tuvo que subir la voz. Profesor por años de derecho Laboral y Romano. Estudioso del cine y la literatura.
Lo conocí en la Chec, año 1999, donde fungió como abogado externo; solucionó muchos “entuertos”, creó esquemas de contratación para reducir vulnerabilidades a la entidad; Lina, su hija abogada, también laboralista, lo sucedió allí en el 2006. Asesoró por años a Empresa Arauca y otras organizaciones.
Compartía sus conocimientos sin egoísmo, estudioso de las doctrinas, leyes, normas. Usaba magistralmente los códigos laboral, civil y general del proceso; manejaba con sabiduría su acervo probatorio, aunado a su estilo impecable de redacción, ortografía y semántica, al punto de perfeccionar sus escritos para entregarlo todo “mascaíto” a los jueces y auxiliares para facilitarles su discernimiento y fallo. Sus colegas de contraparte litigiosa solían preocuparse pues era de fuerte “arsenal” y nunca “hueso fácil de roer”. Fue un abogado ganador, admirado y respetado por todos.
Ejerció su profesión con vocación y transparencia, total esmero y humanismo con sus clientes. Manejó negocios grandes, pero también menores de personas de escasos recursos que le acudían angustiados, sin conocerlo incluso, clamando por apoyo y justicia. Y él, con su altruismo característico, les exclamaba: “tranquilo, yo lo defiendo y no le cobro un peso”, un desapegado de los honorarios. Su amor a la profesión, rectitud, justicia y servicio social fueron su gran riqueza.
En ocasiones me leía y criticaba algunas sentencias “medio desatinadas”, dado su vasto criterio y habilidad de sustanciador. Tuvo un clarísimo sentido del “deber ser” de nuestra administración de justicia. Pudo haber sido un excelente ministro de Justicia técnico.
Afirmaría que fue apolítico, pero crítico mesurado, máxime que su hijo Jorge Alberto, también abogado especializado y profesor universitario del Externado de Colombia y de la Universidad Nacional, ha sido directivo de un partido político en la región.
Amaba los chocolates finos, el mecato, la música (boleros, baladas); coleccionista de antigüedades, adornos, libros, papel y “chécheres” que guardaba en su oficina hasta el punto de atiborrarlas y clausurarlas cual bodega. Y ello no era problema, pues recogía sus muebles y equipos y estrenaba otra oficina, era gracioso.
Siempre vistió con corbata, hasta los domingos para ir a su oficina a refinar urgentes recursos judiciales y cumplirle a sus clientes. Hombre sencillo, amable, buen amigo, buen conversador, buen humor, gocetas, nunca hablaba de dinero, excelente asesor, vital escucharle sus opiniones sobre negocios y contratos. Afortunados quienes le fuimos cercanos.
Rosa Helena y Hernando fueron sus hermanos; Rosa Helena elegante, amable, respetuosa, familiar. Hernando fue cívico, refinado, de vida social, coleccionista de arte; su trágica muerte en el 2006 lo impactó duramente a él.
Condolencias a sus hijos y señora; extensivo a Francy Yehín Trujillo y Claudia Janneth González, virtuosas mujeres que lo asistieron en su oficina con lealtad profusa durante los últimos 20 años.
Váyase tranquilo apreciado Dr. Jaime Alberto, usted cumplió, cumplió con creces aquí, usted fue un gran ser humano, un ciudadano ilustre, el honor fue lo suyo. Los grandes como usted también tienen derecho al descanso. Lo extrañaremos siempre, deja su señoría un gran legado. Paz en su tumba.
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