Seguramente ya para hoy, muchos ni se acordarán de Sara Yolima Salazar, caldense nacida en La Dorada el 30 de junio de 2013, quien llevara una vida miserable llena de abusos sexuales, desnutrición y maltrato en sus tres cortos años de vida, por parte de “adultos responsables” que la condujeron a su prematura muerte el pasado 22 de abril en Armero Guayabal. En las muchas fotos que se publicaron a través de los medios, como en El Tiempo, por ejemplo, se observan 10 policías rodeando el pequeño cajón blanco que contenía el destruido cuerpo de la niña, ah y eso sí, tomando ellos mismos las fotos y “selfis” porque hay que mostrar que la Policía si sirve al menos para llevar un muerto.
¿Dónde estaban tres años atrás? Ni qué decir de la multitud presente en el entierro: se les olvidó que Sarita no estaba secuestrada ni escondida. Médicos, Comisarios de Familia, autoridades, parientes y vecinos, no hicieron lo necesario o suficiente para denunciar de manera eficaz lo que una pobre niña simplemente no podía hacer. Eso de que Colombia es un país solidario, cuando los niños se mueren ante nuestros ojos, no me lo trago. Y menos cuando la Constitución Política en su artículo 44 dice que los derechos de los niños prevalecen sobre los derechos de los demás.
Debo reconocer que este caso me causó tremenda conmoción y, peor aún, todo un dilema ético, cuando vi que Tincho, mi actual mascota, rescatada de la calle por mi hermano en el barrio La Leonora en condiciones degradantes, hoy vive y ha vivido mucho mejor que Sarita, alimentado mes a mes por la compasión y el pesar, que son las que mueven las millonarias ventas de concentrado de las multinacionales, sin contar las pelotas, juguetes, galletas de premio, collares y los pagos semanales al paseador. Sin embargo, los animalistas no marcharán por esto, no es su prioridad.El exprocurador Ordóñez y los cristianos tampoco lo harán, pues es preferible una niña muerta a ser adoptada por una pareja del mismo sexo.
De manera vergonzosa, la exsenadora Gilma Jiménez, alma bendita, quería meter a prisión perpetua a los violadores de niños sin solucionar el problema de los niños, lo mismo que la actual senadora Viviane Morales, que por estar pensando tanto en los gais y lesbianas, también se olvidó de los niños. A estas “honorables” damas solo les importan los votos, así tengan que jugar con los vulnerables derechos de los niños: toda una perversión del aparato electoral y de la democracia.
Hoy resulta increíble que ningún congresista ni político colombiano tenga por bandera la defensa de los derechos de los niños, y la razón es muy sencilla: los niños no votan. Mientras tanto, muchos motorizados de la Policía seguirán distribuidos por los Cai de la ciudad, esculcando pelaos en las canchas para quitarles el porro, mientras que la vieja y destartalada patrulla de infancia y adolescencia no dará abasto, ni siquiera para intervenir junto con el ICBF, en la defensa de los niños indígenas que junto con sus padres, alimentan las mafias de la indigencia en las carreras 22 y 23 del centro de la ciudad.
Como individuo de la especie humana siento vergüenza por lo que mis congéneres y muchos colombianos hacen, o mejor no hacen, por los niños. Sarita no murió en un derrumbe ni atropellada por un carro: ya está pasando al olvido luego de que un “papá y una mamá” una familia tradicional de las que tanto se defienden en este país, no pudo, con la complicidad del Estado, garantizar su vida.
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