Flavio Restrepo Gómez


No acabábamos de asimilar el último escándalo de corrupción, cuando recibimos la noticia de una acción de la Fiscalía que vale la pena reconocer. Fue eficiente y rápida, aunque no pueda ser lo suficientemente severa, como lo quisiéramos los colombianos, porque las leyes así lo establecen. Pero es un acto de castigo merecido por una familia, sin corazón, que viola, lastima, vulnera, y lesiona una pequeña e indefensa niña hasta llevarla a la muerte. Eso no la revivirá es cierto, pero es un crimen menos que no se queda en la impunidad, como quedan la mayoría de los crímenes en Colombia.
Una sociedad que tiene estos problemas por montones, millares, es una sociedad que produce náuseas. Una sociedad indolente que no se conmueve con nada y que perdió la capacidad de asombro. ¿Cuántos niños en Colombia son víctimas del abuso, el maltrato y la depravación? Son incontables, en una población que es muda para lo que tiene que decir; sorda para lo que sabe que escuchó; ciega para lo que evidentemente vio.
Solo se ve reflejada esa realidad en la mirada triste y desconsolada de tantos niños desprotegidos; en los ojos sin brillo y sin lágrimas, secos ya, de los indefensos; en las caras asustadas de nuestros menores, esos que sin importar el nivel socioeconómico al que pertenezcan, son el futuro de Colombia. Nuestro futuro.
¡Ni uno más! Esa es la consigna. Cero tolerancia con la violencia contra los niños.
De igual manera debemos comenzar a indignarnos con la violencia contra las mujeres, producto de una sociedad machista, llena de músculos y corta de cerebros, donde hay muchos “machos”, pero muy pocos hombres. Nuestros niños y las mujeres en Colombia merecen mejor suerte; deben tener protección especial del Estado, gozar de todos los privilegios y ser las personas más importantes en la administración de la justicia. Justicia de la justicia; justicia social; justicia moral; justicia económica; justicia en las oportunidades; justicia en la salud y la educación.
Al respecto, escribió en El Mundo monseñor Luis Adriano Piedrahíta Sandoval: “Uno de los bienes más valiosos con el que cuenta una sociedad es el de sus niños y el de sus jóvenes. Cualquier comunidad humana está llamada a poner en ellos la esperanza en un auspicioso porvenir”.
Mateo 5:13-16: La sal y la luz 13 “Ustedes son la sal de la tierra. Pero, si la sal se vuelve insípida, ¿cómo recobrará su sabor? Ya no sirve para nada, sino para que la gente la deseche y la pisotee. 14 Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad en lo alto de una colina no puede esconderse.” 15 Ni se enciende una lámpara para cubrirla con un cajón. Por el contrario, se pone en la repisa para que alumbre a todos los que están en la casa…
No se trata de un sermón. Así lo haría el corruptísimo Alejandro Ordóñez, un ejemplo que no debe seguir colombiano alguno.
En Colombia se “corrompió la sal”, todo parece sin importancia, nada nos conmueve. Vivimos en una Colombia que escondió su luz en un túnel sin fondo; vivimos en el oscurantismo, en la indiferencia, en la falta de solidaridad; convivimos con la generación del “No es mi problema”.
Como si los problemas que afectan a las mayorías de colombianos no terminaran por afectarnos a todos. “Un colombiano es siempre más inteligente que un japonés; pero dos japoneses son siempre más inteligentes que dos colombianos”.
Solo los corruptos han “mantenido” el sabor. Saben que sus negociados, sus delitos, su enriquecimiento rápido, su falta completa de valores, su privación de escrúpulos, los encandila, como si fueran las grandes estrellas, de un concierto llamado: “Me robo Colombia”.
Estas introducciones sobre la corrupción en Colombia serían interminables y muy largas. De manera que iremos comenzando a hablar de la corrupción en concreto, de los corruptos con nombre propio.
Que la gente deje de ser muda y hable; que deje de ser sorda, escuche y cuente lo escuchado; que deje de ser ciega, vea y cuente lo que vio.
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