Flavio Restrepo Gómez


Hace 20 años, en este mismo mes, el 1 de febrero de 2002, murió Orlando Sierra Hernández, subdirector del periódico La Patria. Fue vilmente asesinado por un sicario que a mansalva le disparó perforando su cráneo, cegando su vida, dejando un dolor inmenso para la gente que reconocía en él, a un verdadero y ejemplar periodista. No tenía precio, porque sus opiniones no se las vendía nadie, y porque nadie podía comprarle su manera de ver y describir el mundo en el que estaba, con toda la crudeza de una realidad que era evidentemente devastadora en el Departamento de Caldas.
Compartí con él muchísimos momentos en la vida del periódico; conversábamos de la realidad que vivíamos, discutíamos sobre los escritos de los artículos, sobre los temas que eran de actualidad y lo que no podíamos dejar que pasara sin que fuera puesto en evidencia ante la opinión pública, sin que además de denunciar con nombres propios, con la presentación de la visión que teníamos del acontecer, sin medias tintas, sin acusaciones infundadas, que no estuvieran soportadas en documentos. Nosotros no nos podíamos convertir en jueces, esa no era nuestra función.
Hoy recuerdo con nostalgia, muchas de las veces en que compartimos información, opiniones y nos contábamos situaciones personales, que sabíamos estarían entre nosotros sometidas a la más absoluta reserva, como se hace entre amigos de verdad, a los que unen los principios, no los intereses, sin que la amistad sea degenerada en complicidad, como muchos por desgracia la entienden hoy.
¿Qué opinaría Orlando de esta actividad en que muchos de los que la hacen (no todos, hay excepciones), degeneraron la política, hasta convertirla en una actividad de prostíbulo, con proxenetas y “polifufurufas” de mala estofa? Estoy seguro, él sentiría vergüenza ajena, de lo que vemos y escuchamos a diario, de la forma en la que el proselitismo político es una verdadera cloaca pestilente, llena de malas personas y peores contrincantes, sin ética, sin dignidad, sin propuestas, sin verdadero interés por los problemas de los electores, de la gente que sufre las consecuencias de ese circo que tenemos en los concejos, las dumas, la Cámaras de representantes, el Senado y las entidades de control; esas que no controlan nada. En fin, sentiría rabia e indignación de la burocracia inútil y cuestionable que hay en Colombia, donde con excepción de personas honestas y transparentes, la mayoría son inescrupulosos sin tripas, que hacen lo que quieren, como quieren y cuando quieren.
Ya en pocas semanas serán las elecciones de congresistas. Se llenaron todos los rincones de nuestra nación, todas las paredes, los postes, las carreteras, de propaganda que muestra los personajes que están postulados para esos cargos con caras sonrientes, prometiendo lo que no van a cumplir, sin mostrar una verdadera evidencia de cambio por una clase política renovada y decente, con dignidad y honesta. No, aquí estamos llenos de personas de amplia y desastrosa trayectoria en las actividades públicas, posando de acrisolados, cuando la verdad conocida por todos, son simples payasos degenerando la política, convirtiendo la democracia en un juego de poderes en el que mueven sumas que darían vergüenza en un país decente, en el que sin duda tendrían problemas judiciales, si las entidades de control cumplieran con sus obligaciones.
Pero parece que hemos llegado a un punto de no retorno en la insatisfacción de la gente. Ese punto que puede hacer que las cosas comiencen a cambiar. Tratarán de impedirlo por todos los medios, usarán el poder que tienen, para, por ejemplo, nombrar funcionarios, con esa grotesca forma de hacerlo en las últimas semanas; con ese registrador que tiene tantos cuestionamientos, que le impedirían ocupar ese cargo en otro lugar del mundo, decente por supuesto.
Si no aprovechamos esta oportunidad para cambiar los escenarios y los actores políticos, habremos perdido la oportunidad histórica de comenzar a cambiar la forma de gobernar este país, desde las bases, fortaleciendo los cimientos que han dejado maltrechos, reconstruyendo todo el andamiaje y respetando la Constitución del 91, con sanciones ejemplarizantes y severas para los delincuentes políticos o para los que tienen funciones en lo público.
El cambio no da más espera. Es ahora, o es nunca. Si no lo hacemos estaremos condenados a vivir en una republiqueta que dice ser democrática, pero que irrespeta todos los derechos y viola todos los principios establecidos para vivir en una sociedad decente. En las manos de cada uno de los electores está el futuro de nuestra Patria. No la deje seguir siendo una vergüenza mundial.
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