Flavio Restrepo Gómez


La legítima defensa está consagrada en nuestro código penal, como el “derecho a la defensa propia o autodefensa, siendo que es precipitada por una causa que justifica la realización de una conducta sancionada penalmente, eximiendo de responsabilidad a su autor, y que en caso de cumplirse todos sus requisitos, permite reducir la pena aplicable a este último”. Pero la legítima defensa la determina un juez. No es potestad de ciudadanos comunes decir cuándo se actuó realmente en uso del derecho a defenderse de forma legítima.
Para que la legítima defensa exima de responsabilidad a aquel que actúe en defensa propia o de sus derechos, tiene que reunir tres circunstancias: “agresión ilegítima, necesidad racional del medio empleado para impedirla o repelerla, y falta de provocación suficiente por parte del que se defiende”.
El país está en un debate sucio y grotesco. Las redes sociales y los periódicos le han dado una sinigual divulgación al caso del supuesto médico, cirujano cardiovascular, que atravesando un puente peatonal mató a 3 personas que dice lo querían atracar. Las imágenes de los videos no son claras. Las fotos de los 3 muertos son clarísimas, siendo que llama la atención la posición en que están los cuerpos, todos boca arriba, y sin una sola gota de sangre, con un color post mortem, que evidencia llevaban varias horas después de perder la vida.
El médico desapareció de la escena, pero después fue a entregar el arma y a contar su versión de lo sucedido. El aplauso generalizado en los medios no se hizo esperar. Comenzando por abogasters, abogados mediocres, otros bien formados y quienes aclaran académicamente la situación que podría encajarse como legítima defensa. El público está alucinando, fascinado por el hecho, que les representa una conquista de lo que llaman “la gente de bien”, sobre “la gente de mal”.
Pero el problema va mas allá de la simple opinión de columnistas, periodistas o “escritores” de mucha tontería y mucha cosa indecente y violenta en las redes sociales. Es como si quisieran imponernos la obligación de estar armados para combatir a los delincuentes. Los sabios bien lo dicen: cuando las personas decentes maten a todos los delincuentes, no quedarán personas decentes, solo quedarán los que diciendo que lo eran, se convirtieron en asesinos y delincuentes. Una verdadera tragedia y un mensaje pesado y fuerte para las nuevas generaciones, que crecerán en un país en el que la violencia, si esa política llega a ser realidad, se multiplicará por mucho y no solucionará nada, pero dejará muchos muertos.
Pero revisando lo acontecido, no es común que un médico que dice ser cirujano cardiovascular, vaya armado por todas partes; menos que a altas horas de la noche cruce solo un puente peatonal en una zona que se sabe es insegura. ¿Realmente sería un acaso? ¿Esto sería un hecho fortuito de los que se suceden por azar? No lo parece. Tiene más la connotación de ser un mensaje crudo y violentísimo, para informarle a la ciudadanía que hay que armarse, que matar es lícito, sin contar que además se convierte en una acción que es admirada y aplaudida por multitud de insensatos de todos los niveles.
Con lo que se sabe hasta ahora, y han sido muy incisivos en hacer que la historia se haga viral, para que todos la conozcan, parece más un mensaje de invitación a la violencia que a la autodefensa, aunque en este país las autodefensas han producido tanto daño y dejado tantas personas sin hijos, sin padres, sin hermanos, sin familia, sin amigos.
En un país que tiene una de las ramas del poder estructurada sobre lo judicial, hay que esperar, para poder saber si fue un acto de defensa legítimo, o si por el contrario, fue un montaje para enviar un mensaje agrio a toda una nación que sufre de muchos males, como para agregarle el de país de villanos, sin diferenciar entre los que son decentes y los que no lo son.
Esperemos qué dicen los jueces, cuando salga a flote la verdad de lo ocurrido. Mientras tanto, no hay nada que celebrar, nada que se pueda volver fiesta. Que no se haga realidad la sentencia de Ernest Hemingway: “Cazo porque, mientras mate o vea matar, no me mataré a mí mismo”.
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