Flavio Restrepo Gómez


“De todas las formas de engañar a los demás, la pose de seriedad es la que hace mas estragos.”
Rusiñol I Prats
El engaño es una verdadera desgracia para la humanidad. Engañan los tramposos, los inescrupulosos, los indecentes, los “vivos”. Lo hacen convencidos de que hacer trampas y engañar es una forma normal de actuar, con la que viven el cotidiano, sin que les dé vergüenza, o tengan recato o sentimiento de culpa. Engañar es una de las características que tienen los humanos sin formación ética, sin remordimientos, sin dignidad.
Para el engaño se valen de variadas y elaboradas situaciones. Creen es una gran acción, pero no se detienen para pensar en el daño que le hacen a otros, en el que se hacen a sí mismos, a la sociedad y a la justicia. Para el tramposo, el mentiroso, el que hace fraudes, el que da falsos testimonios, todo parece un juego simple con el cual pueden burlarse de todos, y ellos gozan o buscan beneficios con pretensiones de lucros indignos, que no les causan remordimiento de conciencia, porque carecen de ella.
Para hacerlo, se apuntalan en situaciones bien elaboradas y en cómplices activos o pasivos, que les ayudan, sin recato alguno, violando todos los límites de la decencia y la honorabilidad, tenidos como valores superficiales e inútiles en esta sociedad, que se precian de tener “malicia indígena” y cinismo sin par. No les da vergüenza, carecen del freno que les impida burlar límites, franquear las reglas, pisotear el honor y la dignidad de otros, sin que eso les importe.
La sociedad no puede tolerar ese “modus operandi” de los que con engaños y mentiras, se benefician de servicios a los que no tienen derecho, de incapacidades que no contradicen las pretensiones que tienen para hacerse a dinero que creen fácil y legítimo. Pero mentir bajo la gravedad de juramento en los testimonios con los que organizan el entramado de sus trampas, hace parte de los delitos que están contemplados en nuestro andamiaje jurídico.
El tramposo, tiene que asumir las consecuencias de lo que engañar le puede producir en su vida, en la de su familia, en la de la comunidad. La sociedad no puede seguir haciendo alegorías al “avispado” que pone en ascuas a otros y que utiliza la justicia como un juego, en el cual, con engaños logran desviar la realidad de los hechos, para obtener lucro indigno. Son tan faltos de vergüenza y honor, que solicitan amparos de pobreza, engañando a los funcionarios judiciales. Carecen de autocrítica y convierten sus problemas en lo que creen es un filón inagotable, del cual podrán gozar impunemente, sin que tengan un solo resquicio de dignidad que les haga parar y no engañar a la gente y a la rama judicial.
Vimos en Séptimo día, cómo el 40% de los que tienen un vehículo no compran el seguro del SOAT, faltando a la norma que lo hace obligatorio. Pero también tenemos a los que teniéndolo, lo utilizan para accidentes que no fueron de tránsito, para engañar a médicos, a clínicas, hospitales y compañías de seguros.
Se prepara la producción de un programa con estos últimos, que cometen delitos penales, que creen podrán burlar, pero para los que la justicia, debe tener penas ejemplarizantes, que le muestren a los otros ciudadanos, los riesgos que se asumen con la trampa y el engaño. ¿Puede alguien que cae en una montaña, en un accidente de alpinismo o paracaidismo, después de no haberse matado, afortunadamente, engañar el aparato judicial, creyendo que saldrá impunemente bien librado de su atrevimiento y osadía? En un país decente, con jueces imparciales y justos: No.
Los juzgados deben estar atentos a los que con trampas, desgastan el aparato judicial, sin que les dé pena.
Seguiremos con el tema. Hablaremos de los bárbaros técnicamente preparados, una deshonra para la medicina.
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