Flavio Restrepo Gómez


Cambio temporalmente el tema de los deportes extremos, con la asunción de sus riesgos y sus consecuencias.
Es que estamos en momentos en que la zozobra hace de las suyas, se extiende por todas partes, sin alguien dispuesto a frenarla. Esa situación de aflicción y congoja del ánimo se apodera de los colombianos, por un supuesto nuevo riesgo que amenaza, como si no fuera el producto de males que ya padecíamos. Ha sido un período perdido en el que navegamos a la deriva, con vientos huracanados que presagian un devenir peor.
¿Pero qué es lo que nos produce ese sentimiento, en un país que siempre ha estado a merced de los violentos, de su desprecio absoluto por la legalidad y el orden? Sin duda alguna, nos lo produce la catarata de noticias que muestran un país que se derrumba, en manos de una institucionalidad cuestionada y corrupta; de unos actores de revoluciones inexistentes que no procuran cambiar algo en bien de la población; esos que con sus actuaciones demenciales lo destruyen todos los días, sin que les importe.
El rumbo lo tenemos perdido hace mucho, desde que tenemos memoria de nuestra nación. Una patria que no se ha preocupado por la realidad que vivimos, que se congratula con victorias pírricas obtenidas contra focos de corrupción que están en la periferia, es un país que olvidando el centro en el que arde un fuego que no se extingue, el que deja destruida toda nuestra posibilidad de pensar en una Colombia digna, donde se combata de verdad a los corruptos, donde la clase política no tiene control y se burla de nuestra institucionalidad con cinismo y sin remordimientos. Es que no puede haber remordimiento en quienes no tienen conciencia.
Agreguémosle a ese devastador panorama la corrupción sin límite y sin castigo de los que se roban 53 billones de pesos al año, de los que manejan los dineros públicos como si fueran de su bolsillo, con indecencia, con trampa. No pueden faltar los delincuentes enquistados en todos los niveles haciendo una apología a la deshonra, a la falta de escrúpulos, a su impunidad que es apocalíptica, pero despiadada y grotesca.
Como si el anterior panorama fuera poco, tenemos “carteles” de todo, para todo, sin que se pueda demostrar una verdadera vocación por la legalidad. Hacemos de esa franja de nuestro escudo, en el que reza “Libertad y orden”, un canto a la bandera. No parece importarnos la verdadera razón de nuestro derrumbe institucional, de nuestra malograda intención de cambio.
Ahora se suma el retorno de actores que tiene mucha propaganda, para decirnos que estamos ante una nueva ola de terror, a sabiendas de que el terrorismo se nutre de la inseguridad que causan los “avances de última hora” de los canales de televisión, de la radio, de los titulares de prensa. Ellos, que dicen reivindicar la dignidad de un país, lo hacen con destrucción y muerte, con ataques aleves contra poblaciones indefensas, con asesinato de soldados y campesinos, que terminan pagando con su vida la locura revolucionaria, llevada a extremos impensables en una nación digna.
Y es gracias a la “publicidad gratuita” pero extensa que logran su cometido, porque el terror se alimenta del miedo colectivo. Los terroristas, carecen del valor que se necesita para enfrentar la guerra regular. Recurren a métodos no tradicionales, con los que logran producir devastación y pánico público. Tenemos que pensar en la posibilidad de no darles más reconocimiento, de no hacerles más propaganda, de no acolitarlos. Comenzar a ignorarlos y dejar que sean las fuerzas regulares del Estado las que los enfrenten, en una lucha sin cuartel, contra los que con el terrorismo disfrazado con falsas consignas revolucionarias tienen este país vuelto trizas; destruyen la naturaleza, contaminan los ríos, y trafican con droga, para poder enriquecerse con la disculpa de que es para poder mantenerse en pie de lucha.
Tenemos que enfrentar dos terrorismos. El terrorismo de los terroristas, y el de los políticos que se benefician con el primero. Es hora de pararnos, levantarnos, demostrar nuestra indignación y convertirnos en verdaderos promotores de la legalidad y de la paz. No hay guerra por perfecta que sea, que supere a la paz, por imperfecta que parezca.
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