Flavio Restrepo Gómez


La política en Colombia se metamorfoseo. Ya no es una actividad de honor y de dignidad con la que se representa a un pueblo. No. La política ahora es una gran “empresa” que tiene muchos dirigentes, miles de empresarios y no pocos bufones.
El noble arte de la política, que así se llama desde cuando Aristóteles el “Estagirita”, nombre que se dio a sí mismo, porque nació en Estagira, Reino de Macedonia, en el año 384 a.c.
En apenas 62 años de vida escribió muchos tratados, de los cuales son conocidos alrededor de 31. Fue discípulo de Platón por 20 años en la Academia de Atenas y maestro de Alejandro Magno, cuando este apenas tenía 13 años, por encargo de su padre el rey Filipo II.
Escribió su obra “Política”, donde definió al hombre como el “Zoon politikón”, mejor conocido como el “animal político”, porque para él, “el hombre se hace haciendo” y para eso necesita de la comunidad. Todo un tratado de idealismo inmaculado, mancillado por los vergonzantes políticos de ahora.
Pero para Aristóteles “El Estado”, que era una entidad autártica, representaba una realidad natural; era la expresión de la naturaleza de las cosas, de lo comunitario, de lo social. Lo definió como una comunidad perfecta, hecha para la vida. Para él había un Estado interventor, que tenía como objetivo y razón de su existencia el “vivir bien”, es decir: ordenar, administrar. Para lograrlo se servía de la justicia, que era algo social, cuando tenía como fin lograr el orden y administrarlo.
En su pensamiento e ideario, las formas de gobierno podían ser puras o impuras. Con características cualitativas: el cómo; y cuantitativas: el cuántos. Su planteamiento era simple. ¿Cuántos gobiernan? Y la respuesta era simplísima: uno, muchos o todos. El gobierno de uno para todos es la monarquía, que en su forma impura y deturpada es la tiranía, donde el que gobierna lo hace para sí mismo. El gobierno de muchos para todos es la aristocracia, que degenerada en contaminada forma, se metamorfosea en oligarquía. Y finalmente el gobierno de todos para todos, esa es la democracia, que cuando se degenera a su forma indecente es la bien conocida demagogia.
Hoy, traído este criterio a nuestro tiempo, la forma pura de gobierno aristotélico es una suma que se llama República, que tiene un poder ejecutivo representado por la monarquía, un poder legislativo representado por la democracia y un poder judicial basado en criterios aristocráticos según sus principios. Lo demás, lo otro, son las formas degradadas de la política, que son tan comunes hoy en el mundo, tan frecuentes en los países subdesarrollados y tan impuestas a la brava en las dictaduras, declaradas o solapadas, como la que tenemos al lado.
Se crearon los partidos políticos; se organizaron las comunidades para decidir quienes los gobernarían. Los había de centro, de derecha y de izquierda. Entre estos dos últimos, los había moderados y racionales, irracionales y extremistas. Parecen distintos, pero cuando llegan al extremismo, son la misma basura política, con intereses aparentemente opuestos, pero con ánimos idénticos que los hacen tan afines, tan parecidos en su modos y en su actuar. Es la degeneración de la política, una putrefacta forma de expresar y de imponer su pensamiento a la brava, porque carecen de racionalidad y no están interesados en el bien común.
Conscientes del repudio que comienza a sentir el ciudadano por esos dirigentes, sabiendo que están claramente identificados con lo que representan y con las siglas o letras con que ahora se denominan, encontraron una salida fácil para pasar desapercibidos, sin el honor de mantenerse en los movimientos que crearon. Para eso utilizan la falacia de las candidaturas por firmas, recogiéndolas con muchas trampas y mintiéndole a la gente, que en mentir y engañar son expertos y bien preparados.
De manera que ahora, esta maltratada Patria nuestra, está en la carrera de la firmaton. Se parecen con mucho al personaje de la propaganda de con Phormaton o sin Phormaton, pasando de lo que aparentan ser, como “cuajados” y bien fornidos, a lo que en realidad son, esos escuálidos y desaliñados personajes de película de pésima dirección, con actores que saben engañar, acompañados por gordiflones malandrines que son una vergüenza en el representación de la vida de un servidor público.
En fin, “póngale la firma”, ganará el peor de todos para demostrarnos que en Colombia el honor de un político vale menos que nada.
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