Flavio Restrepo Gómez


Se habla con fluidez de la muerte en los poemas tristes y desgarradores; también en los libros sagrados. Son el pilar en las páginas de los obituarios. Se habla de ella con naturalidad en uno que otro libro, en el que es el centro alrededor del cual gira la trama. En una obra de antología escribió sobre ella Gabo, para darle cuerpo a su novela “Crónica de una Muerte anunciada”. En fin, el tema es cotidiano y bien sabido, pero curiosamente por casi todos ignorado.
La muerte es un instante indescifrable que se sucede en un sin tiempo. Woody Allen bien lo decía: “morirse es como dormir, pero sin levantarse a hacer pis”. Sabemos que mueren los otros, sus padres o sus hijos; leemos sobre la muerte de miles de personas que no conocemos, cerca y lejos de nosotros. Mueren de hambre y sed en la Guajira, donde por desnutrición mueren niños por montones. Mueren los abuelos en los ancianatos, unos acompañados, otros no. Mueren acá y acullá, millones de personas en desastres, en guerras sin sentido, por todos los rincones del mundo. Pueden morir todos, pero no nosotros o nuestros familiares.
Pensamos que la muerte no tiene nada que ver con nosotros. Evitamos el tema y nos comportamos como si no existiera. Hacemos todo para no hablar de ella, la creemos burlar en alegorías infinitas a la vida y el futuro. Planeamos el devenir como si el no fuera incierto. Vivimos como si no tuviera fin. No enfrentamos esa posibilidad, porque es devastadoramente cierta y creemos que lo mejor es ignorarla.
No estaba preparado, lo confieso. Pero cuando supe que a mí también me llegaba, entonces hubo un momento en que todo se derrumbó. Me hice preguntas, para las que no obtuve respuestas. Pude haber entrado en pánico, pero preferí enfrentar la realidad con entereza. Sí, por más que quisiera negarla, yo no podía evitar tener que aceptar que me enfrentaba a ella. La veía en la oscuridad, discreta, sin hacer ruido con su guadaña, esperando con paciencia.
Es posible que muchos se alegren. Pocos probablemente lo sentirán. Pero eso no es lo importante. Yo sé que solos nacemos y solos morimos. Para ninguno de esos momentos necesitamos solidaridad. Porque entre las dos eternidades que hay en el antes de nacer y el después de morir, vivimos una vida que no sabemos ni cuándo, ni cómo termina. La muerte no me produce miedo o angustia. Es un sin tiempo en el que cesa la vida. Lo que puede ser difícil, hasta insoportable a veces es “la morida”. Pero nada podemos hacer como seres humanos frente a esa realidad ineludible. No sé cuánto tiempo me quede de vida. ¿Un día? ¿Un mes, quizás? Puede ser un año o muchos años. No le sé, ni puedo saberlo. Solo sé que hoy estoy vivo, que al día de hoy no tengo diagnosticada una causa que termine en la muerte, pero sé que ella llegará algún día. Por eso creo que vale repensar en nuestra realidad de seres finitos y pasajeros, con vidas que terminan un día, cuando menos lo pensamos. Nos tocará a todos. Sí, a todos; a mí y a usted. Es nuestra condición de seres que morimos. Y morimos a diario. Cada día que pasa es uno menos de vida.
Pero si pensamos en esa realidad como un destino ineludible e impostergable que tenemos todos los mortales, entonces dejamos de ignorar la muerte, su realidad y comenzamos a vivir la vida que nos queda, un ratico o muchos años, como si cada instante fuera el último. Disfrutaríamos de cada día en el que podamos hacer algo, en el que podamos ser felices, en el que podamos ayudar a alguien, en el que podamos vivir a plenitud. No vale la pena perder más tiempo en evitar pensar en ella. Ella llegará sin avisar.
¿Ha pensado en la muerte suya? Hágalo. No pierde nada y gana mucho.
Jaime Sabines lo expresó mejor en su poema: “No es que muera de amor”.
No es que muera de amor, muero de ti.
...Muero de ti y de mí, muero de ambos,
de nosotros, de ese,
desgarrado, partido,
me muero, te muero, lo morimos.
…Morimos en mi cuarto en que estoy solo,
…Morimos en el sitio que le he prestado al aire
para que estés fuera de mí,
...Morimos, lo sabemos, lo ignoramos, nos morimos
…Nos morimos, amor, muero en tu vientre
…Muero de máscaras,
de triángulos oscuros e incesantes.
Muero de mi cuerpo y de tu cuerpo,
de nuestra muerte, amor, muero, morimos.
…Nos morimos, amor, y nada hacemos
sino morirnos más, hora tras hora,
y escribirnos y hablarnos y morirnos.
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