Se piensa con frecuencia, con aceptación silenciosa y resignada, no poca falta de importancia y cuidado, en que los rasgos psicopáticos, amorales o inmorales de los políticos, son simples hechos aislados, que se producen en todas las sociedades, sin que haya opción distinta a la de consentirlos como excepciones inevitables en la vida pública.
Pero eso no es cierto, el ejercicio de la política cuando se convierte en una actividad que no cumple los principios que la rigen desde tiempos remotos, se deforma y adquiere la mala calidad de negocio sucio y degradado, ejercido por mayorías de personas que tienen alteraciones en su comportamiento social y personal, con rasgos de amoralidad, inmoralidad, sociopatía y psicopatía.
Los sociópatas y psicópatas no son la excepción en el ejercicio de la política, por el contario, ellos conforman la gran mayoría de los que la ejercen y buscan el poder para obtener lucros indignos, sentir la recompensa “satisfactoria” de sus personalidades deterioradas y enfermas, con lo que logran convertirla en una degradada actividad, que en buena parte del mundo es ejercida por personas sin dignidad, sin ética, sin principios personales, que los hagan diferenciar entre lo que es correcto y lo que no lo es, pasando por encima de todos los cedazos que su ejercicio exigiría, si fuera honesto, digno y decente.
Parecería una banalidad discutir sobre esto, creyendo que es una opinión personal, salida del imaginario, o de la ficción, pero no es así. Esas deformidades de la personalidad, con sus alteraciones cerebrales, están sustentadas en estudios neurofisiológicos y demostradas en ciencias basadas en evidencias que ponen como un axioma, sin duda alguna, los rasgos que en nuestra sociedad se convirtieron en la impronta marcadora de personalidades distorsionadas que, para desgracia de muchas personas y sociedades, son las que rigen los destinos de la gente.
Si repasamos la historia de los clanes políticos en Colombia, podemos sin lugar a dudas, concluir que su ejercicio ni es digno, ni decente, ni honesto. Ha sido la reedición en lo nacional, regional y local, de todas las acciones que esa policlase corrupta y sin escrúpulos, realiza como un guion aprendido que se debe seguir, convencidos como están, de que no tendrán que responderle a la sociedad, a los electores, a los ciudadanos. Esos clanes hacen hoy parte del espectro politiquero en todas las regiones que manejan a su antojo en nuestro país, sometiendo esta nación a todas las consecuencias que se derivan de verdaderas mafias que controlan todos los poderes, esas que tienen en sus manos la capacidad de hacer lo que a bien tengan, sin mas reparos que los de eventualmente ser sometidos a la crítica de periodistas honestos, que atreviéndose con osadía a ponerlos en evidencia, se someten a la implacable acción vengativa, con las que los inescrupulosos cobran, a quienes osen hablar de sus desmanes.
Los clanes de corrupción heredada están por todas partes.
Gaviria y sus iguales (viejo Caldas). Los Chares (Atlántico), los Gneccos (Cesar); los Burgos, ‘Ñoño’ Elías y Besailes (Córdoba); Yahir Acuña (Sucre); “Kiko” Gómez (Guajira); Zucardi (Bolívar); Uribes, Valencias y Ramos (Antioquia); Aguilares (Santander). Están regados por toda Colombia, haciendo lo que quieren, sin frenos, ni retenes.
Ahora presentan candidaturas respaldadas por “movimientos ciudadanos” para engañar a la gente. Alejandro Gaviria recurre a las firmas para camuflarse. Igual Federico Gutiérrez y toda la jauría de precandidatos que tenemos.
“La inexistencia de cultura política, que permite la venta del voto y la casi nula sanción social, dejan la puerta abierta para que caciques regionales se perpetúen en el poder”, afirmó León Valencia (Pares).
Adolf Tobeña escribió un clásico, que vale la pena leer: “Neurología de la maldad, mentes predadoras y perversas”.
Seguiremos desenredando la maraña, para saber quienes son.
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