Flavio Restrepo Gómez


Estamos lejos de la contienda electoral para reemplazar al actual presidente. Más de un año para que esas elecciones tengan lugar. Sin embargo, contrariando lo que es de esperar en un país medianamente decente, ya tenemos esa pugna como una realidad que se avecina. Es una desgracia política, pero es nuestra realidad de nación subdesarrollada, descarrilada, manejada por clanes de poder, que no tienen escrúpulos, no cumplen reglas y no tienen quienes los controlen.
En esta Colombia de verdad, vivimos una democracia de mentiras, haciendo una alegoría a lo más perverso, a lo más bajo que tiene el ejercicio de un arte, que se supone es noble y, que, en consecuencia, solo debería estar destinado a los mejores, a los honestos, a los sin mancha, los respetuosos del orden, los que tengan vergüenza y respeten de verdad los principios sobre los cuales se levanta un Estado Social de Derecho.
Los que no cumplen esos principios esenciales tienen que estar impedidos para ejercer cargos públicos, pues son una deshonra para los mismos, un verdadero ejercicio de podredumbre política, en el que salen a flote todos los vicios y concupiscencias de una policlase, que, para nuestra desgracia, es aterradoramente cínica, olímpicamente solapada, inmensamente corrupta, desproporcionadamente grotesca.
No parece que se avizoren en el horizonte verdaderos cambios del rumbo. Nada muestra que los grupos tradicionales que han manejado este país a su antojo por 200 años estén dispuestos a hacer un alto en el camino, para establecer reglas claras, con principios bien cimentados, con leyes de obligatorio cumplimiento, para hacer realidad el ejercicio de una política limpia, sin intereses, sin engaños, sin negociados con los dineros públicos, sin enriquecimientos salidos de la nada, que hacen todo tipo de trampas, cometen toda clase de delitos, se bañan en las espumas de la impunidad y pasan de agache como buenos perencejos o perenganas.
No más impunidad. Colombia no resiste que se la roben más. Este país no aguanta una clase dirigente con sus grupos político-delincuenciales, que la sometan al saqueo permanente y que se roben los dineros públicos, para el enriquecimiento personal, sin que les pase algo. Algo tiene que comenzar a pasarles, algo que sea ejemplarizante, duro, sin contemplaciones; algo que sirva para disuadir a los nuevos actores y que sepan que pagarán con penas muy duras, bastante largas intramurales, o muy severas fuera de las cárceles, con la nulidad permanente de derechos individuales para ejercer cargos públicos, con la pérdida de todos los personales y colectivos, como castigo por los desmanes que cometan.
Solo el día en que delinquir en lo público sea visto como una verdadera deshonra que se paga caro; cuando sea tan o más grave que delinquir en lo privado; cuando se castigue con penas mayores por su condición especial, los funcionarios públicos y los políticos se detendrán en esa carrera loca y sin freno que hoy tenemos, con la que nos llevan al abismo, mientras ellos ríen de los que no estamos ocupando puestos públicos, porque no pueden, no lo quieren o no nos interesa.
En medio de tanta medianía, tanto lagarto, tanto pillo; viendo esa proliferación de camaleones que han saltado a la palestra política, para poner sus nombres en el abanico de elegibles, hay pocas excepciones que llenan los requisitos de honestidad y decencia, para merecer ser sometidos al escrutinio público, pasando por el cedazo riguroso, como si se tratara de una búsqueda del preciado funcionario, como se busca oro.
Colombia no puede seguir haciendo una alegoría del poder, como expresión simple que tiene cercanía y parentesco con el delito y el delincuente. Tenemos que cambiar no solamente el escenario, sino que estamos obligados a declarar cesantes a todos los que han sido actores de esta comedia politiquera, en la que se burlan de los colombianos.
No podemos seguir en manos de payasos, ni seguir obedeciendo títeres. Esto tenemos que cambiarlo. Necesitamos edificar una Colombia justa, honesta, humana, decente y digna.
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