Flavio Restrepo Gómez


Jamás una persona imaginaría, cuando aspira por primera vez un cigarrillo, que con este halo de humo que inhala e invade sus pulmones, se está enfrentando a la adicción más fuerte y profunda de todas cuantas existen. El cigarrillo fue socialmente aceptado durante años, porque se desconocían sus efectos nocivos para la salud y su publicidad era tan intensa, que ofrecía mundos que eran fantasía, pero con los que prometían placeres inmediatos y fáciles, muy gratificantes.
El problema de las fábricas de cigarrillos ha sido mundial. Las hay por todos los rincones de la tierra, haciendo una verdadera alegoría al humo, en espirales de mil nombres, que prometían sensaciones plácidas, no producían efectos dañinos para la salud. Posteriormente al auge de esas propagandas en periódicos, revistas, televisión y radio, se comenzó a relacionar, de manera tímida, la ocurrencia de enfermedades con el vicio de fumar.
Pero no importaba mucho. Los servicios de salud del mundo entero están pagando los platos rotos que producen los cigarrillos, vicio que era aceptado socialmente y al cual no se le ponían muchos problemas. A pesar de saber hace muchos años los efectos deletéreos en la salud humana por fumar, solo a mediados de la década de los 90, se le comenzó a dar importancia a una verdadera bomba de tiempo que destruía la salud, la respiración, el medio ambiente, los lugares habitables y los sitios de reuniones en los que era protagonista, llevado muchas veces con diseños de aparatos muy sofisticados, para darle aire de elegancia y buena presentación.
Se compusieron canciones alegóricas a fumar, cantadas por la inolvidable Sarita Montiel en la película “El último Cuplé”, con la canción “Fumando Espero”: “Fumar es un placer genial, sensual…”
Todo es basura. No hay substancia más adictiva que la nicotina, ni veneno más perversamente disimulado que el del humo del cigarrillo, que tiene más de 3 mil componentes tóxicos que lesionan el organismo. Aprendí a fumar porque me hacían prender los cigarrillos mis mayores cuando estaban ocupados. En esa época me sabía horrible, lo detestaba. Llegó la adolescencia, en el colegio y estaba de moda fumar entre los jóvenes. Caí sin pensarlo. Desde entonces he fumado. Lo he hecho en público y en privado, en lugares abiertos y cerrados; en el cine y el estudio, en la calle, en carro, caminado o en avión cuando era permitido.
Siempre he querido dejar el vicio del cigarrillo, consiente del daño que me hago a mí mismo, el que hago a los que me rodean y a la naturaleza. Pero la dependencia ha sido más fuerte que todo intento por dejarlo. Fue una lucha que di por perdida hace mucho tiempo y que trataba de disimular con una frase de cajón que me servía de mampara: “El cigarrillo mata lentamente, y yo no tengo ningún afán”.
Fue horrible cuando mis hijos me comenzaron a sacar de sus cuartos y me prohibían fumar en ellos. Peor cuando me comenzaron a hacer notar lo mal que olía, el aliento, la respiración, la disminución de la resistencia para el ejercicio, los cambios de la piel, el deterioro generalizado que uno no aprecia, pero todo el mundo ve, un cuadro que produce tristeza y vergüenza.
Yo les serví de ejemplo a mis hijos para que no fumaran, mostrándoles lo que me había producido. Nos resignamos a que yo fumaría hasta el fin de mi vida.
Cual no sería mi sorpresa, cuando hace algunas semanas, tomé un cigarrillo y antes de prenderlo, me dije: “eras el próximo cigarrillo que me fumaría, pero no serás el último”. No me lo fume. Al otro día no lo hice y me sentí muy bien en la noche. Así se pasaron varios días. Comencé a sentir olores que había olvidado. Reapareció el gusto con su discriminación de sabores. Siento la piel húmeda y suave. Dejé de toser. Ya no estoy cansado, puedo hacer ejercicio sin sentirme mal.
Pero lo mejor, dejé de ser una chimenea humana, que hacía pasar malos momentos a mucha gente. Mi vida ya no será envuelta en una nube de humo asquerosa y repulsiva. Estoy feliz por haber ganado esta batalla.
Si usted fuma, también puede hacerlo.
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