Flavio Restrepo Gómez


Decimos que las cosas están sujetas al azaroso tiempo. Creemos que todo tiempo pasado fue mejor. Eso sin tener en cuenta el mañana. Solo importa lo que se sabe del pasado, lo que se conoce del presente. Pero el concepto del tiempo incluye también el devenir, eso que se llama futuro.
La línea entre el pasado y el futuro, la conocemos como: “concepto del tiempo”. Tiempo significa: “la duración de las cosas sujetas a mudanza; la magnitud física que permite ordenar las secuencias de los sucesos, estableciendo un pasado, un presente y un futuro…”.
Muchos acontecimientos marcan nuestra historia. Nos demuestran que Colombia es una democracia de mentiras. Somos todavía manejados como feudo, cuando creemos que somos república. Dicen que somos un “Estado Social de Derecho”. Creemos que somos un país soberano, cuando en realidad no pasamos de ser una tiranía hipócrita, detrás de muchas leyes y códigos. Letra muerta, para pasar desapercibida la realidad de ser un territorio dominado por unas élites poderosas en lo económico; manejada por unos grupos sin escrúpulos en lo político.
Eso es lo que no somos, recordando que aquí, ni somos “Estado Social”, ni somos “de Derecho”. Somos una nación dependiente de lo que “mandan desde afuera”, los que nos dictan el rumbo, seguido sin incomodarse por los que mandan adentro. Todos nuestros gobernantes han sido simples “peones” en el ajedrez político internacional, dirigidos por políticas que dictan desde el exterior los “amigos”, que no son otra cosa que los que dominan el mundo entero, sin que la dignidad de nuestros dirigentes esté dispuesta a contradecirlos, para no perder los sobrados con los que, los encargados de gobernar, terminan la burda representación de Estado Democrático, cuando nos gobiernan, no en procura del interés general, ni el de las mayorías, ni la vida digna de los que aquí vivimos. Movidos por el afán de crear “pequeños feudos”, en los cuales manda el político de turno, o el que lo hereda sin muchos merecimientos, haciendo de las suyas, con esas que son las cosas nuestras.
Colombia es un país bellísimo, sin viabilidad política, sin justicia, sin equidad, sin responsabilidad social, sin dignidad institucional. Una desgracia de países subdesarrollados, que mantienen los más altos índices de desigualdad y de pobreza, porque el bien común no ha germinado todavía.
Hemos tenido gobiernos regulares, malos, muy malos y malísimos durante casi 200 años de vida republicana, después de que gracias a Bolívar, dejamos de ser colonia. Creemos que hemos avanzado mucho, pero no es verdad, nos convertimos en un país gobernado por élites, que han regido nuestro destino desde entonces.
Somos una democracia de mentiras, manejada por una extrema derecha de verdad. La clase media es la que paga los platos rotos del desgreño administrativo; la mano ligera que roba billones, desde las organizaciones políticas, cuando están al mando, haciendo impunemente que la brecha sea cada vez más grande.
La pobreza extrema llega a límites inaceptables. Tenemos cifras vergonzosas de nuestra realidad escondidas para que no sean evidentes las diferencias. Un país con más de la mitad de la población en pobreza o pobreza extrema, es una bomba de tiempo que todos los días tiene una disculpa nueva para estallar, ser cuna de tanta rebelión, de tanta delincuencia, de tanto terrorismo; ese, que en las sombras, siembra el miedo en todos los rincones de nuestra geografía.
Eso es un problema grave, pero en Colombia es la dinámica que mueve a los poderosos y a los marginales; que hacen lo mismo, con métodos distintos, cuando no iguales; los diferencia la legalidad de los unos y la ilegalidad de los otros.
El pasado ha sido oscuro, el presente es pestilente, el futuro es solo incertidumbre. Tenemos un presidente, que a escasos 51 días de su mandato, bailando o haciendo monerías, nos ha mostrado que todo puede ser peor.
La piedra angular para salir de esta debacle es solo uno: ¡Eduque, Duque!
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