Fernando-Alonso Ramírez


Confieso que me gusta el estilo cercano y anecdótico de José Jaramillo Mejía. Este caldense del Quindío es un columnista que leo con gusto. Una de las maravillas que tiene ejercer el periodismo regional es compartir con personas de todas las calidades y edades; don José es uno de esos amigos que me trajo el oficio. Me lleva una ventaja en edad, pero puedo quedarme horas escuchándolo contar sus cuentos como a cualquier coetáneo.
Este hombre se ha especializado en reconstruir para libros la vida de grandes personajes de la caldensidad. Ahí están los textos sobre Los Azucenos, sobre José Retrepo Restrepo, sobre Rafael Arango Villegas, sobre Eduardo Arango Restrepo o sobre su propia familia (en Las trochas de la memoria), cuando se metió a ahondar en sus recuerdos y en los de su parentela para darnos cuenta a través de esta de lo que es la realidad de cientos de familias del Gran Caldas, que tienen afinidades en su devenir histórico.
A finales del año pasado don José se metió a filosofar y publicó Memorias de Florentino - Reflexiones de un ideólogo empírico. Desde su mirada de liberal de pensamiento se atrevió a darnos unas pistas sobre lo que él considera que son fundamentos claros de los verdaderos liberales, no esos de un Partido que cada vez está más lejos de la esencia de ese adjetivo, sino de quienes desde sus ideas están convencidos de que esa es una posición que el país necesita. Como buen godo que soy, acostumbro tomarle del pelo -el poco que le queda-, pero él no me compra las peleas, más bien les saca punta y me enriquece con el anecdotario de grandes próceres caldenses.
Lo que tiene de interesante este texto es que pone por escrito los pensamientos que le han rondado su cabeza y lo hace con base en sus vivencias y en las de personas que lo rodean, nos enseña en el camino de historia regional y de grandes liberales, además de aprovechar a ese Florentino que es un personaje del pueblo, con lucidez lograda en la unviersidad de la vida.
Ahora desempolvó la poesía cometida. Alguna vez escribí de él que "es un enjuto Sancho Panza o, si lo prefiere, un alegre Quijote. Tiene la figura de un ingenioso Hidalgo, pero el verbo fácil del escudero fiel". Pues se decidió por el Hidalgo y publica Yo Quijote, sonetos y otros versos. Recogió versos y canciones compuestas a lo largo de los años en un libro corto. Algo que ya habla bien de él, porque cuando se hacen antologías poéticas de desconocidos y las páginas son voluminosas, se desconfía de la antología o de la capacidad de autocrítica, y se juzga como poetastros.
Jaramillo es un gocetas, y tiene el don de burlarse de sí mismo, lo que lo engrandece. Entre los versos hay algo de humor, aunque nada chueco; también confesiones amorosas, elegías a parientes y conocidos y una que otra canción que ha logrado ser musicalizada por otros. Jaramillo se nos presenta como Quijote de escuálida figura. Se la juega por el soneto, esa modalidad poética que requiere precisión y métrica; algo que dirán algunos es anacrónico, y que como en cualquier posibilidad literaria yo celebro que aún haya quién se atreva, no solo a escoger palabras versificables, sino a meterlo en molde que le calce.
José Jaramillo hace de las suyas en algunos de estos versos que divide en De sueños y nostalgias, Para leer después de muerto, Humoradas y Letras de canciones. La caricatura que ilustra la portada es de Ferney Vargas Jaramillo, y adentro se encuentran algunas ilustraciones del conocido Ari. Mejor lean algunos de sus versos:
YO, QUIJOTE
Yo soy yo y mi circunstancia
Ortega y Gasset
Caballero de lánguida estatura,
recorrí de los campos las distancias
en jamelgo de escuálida figura
al pasitrote de las circunstancias.
Di largas a mis ansias sin mesura
y en odres de fantásticas fragancias
bebí para extraviarme en la pavura
de mi osadía y mis extravagancias.
Lejos ya de castillos y molinos,
y sin jayán que induzca a la pelea,
en mi espiado rocín sin herraduras
quiero arribar a plácidos destinos,
al regazo de tierna Dulcinea
que alivie con unción mis mataduras.
A LA ANSIADA META
Los carruajes de altivos percherones,
con resaltos dorados y beremejos,
presidieron ha tiempos los cortejos
de los muertos de estirpes y blasones.
Su paso en lentitudes y emociones
provocaba al mirar, en los más viejos,
-emotivos, llorosos y perplejos-
una macabra sed de emulaciones.
Una nueva tendencia nos indica
que al morir el asunto simplifica
con volar al Nirvana en camioneta,
con chofer sin levita y sin chistera,
que nos traslade en viaje de carrera
a la diestra de Dios, ansiada meta.
INSPIRACIONES
Pueden ser picazones otoñales
o efluvios pasajeros de pasión;
retozos de amoríos vesperales,
vagos despistes de la sinrazón.
Son tal vez pataletas terminales
o arrebatos joviales de ocasión;
anhelos de almanaques irreales
o un acto demencial del corazón.
Mas cierto es que la luz de su presencia,
la música virtual de su sonrisa
y los aromas tersos de su esencia
dejan el alma de emoción perpleja,
a los signos vitales les dan prisa
y hacen sonar cualquier tonada vieja.
D E S T A C A D O
Recogió versos y canciones compuestas a lo largo de los años en un libro corto. Algo que ya habla bien de él, porque cuando se hacen antologías poéticas de desconocidos y las páginas son voluminosas, se desconfía.
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