Fernando-Alonso Ramírez


Fernando-Alonso Ramírez
@fernalonso
La sombra de Orión es una novela que se puede entender en varias formas. La primera es como homenaje a las víctimas de esta operación que para muchos devolvió la tranquilidad a un sector de Medellín, pero para otros no fue sino una mampara para cometer todo tipo de tropelías contra habitantes de esa zona, asunto que aún no se termina de esclarecer. Los hallazgos de fosas y los testimonios que se conocen en las audiencias de Justicia y Paz y de la Comisión de la Verdad resultan reveladores.
Otra manera de leerla es como una propuesta desde la literatura para narrar hechos que no se han terminado de sanar en la sociedad colombiana, en la que se ahonda en todo tipo de búsquedas, incluso esotéricas, con el fin de encontrar soluciones a los males.
También podría entenderse como una crónica de esas guerras recicladas de las que escribió la periodista María Teresa Ronderos, pues nos va mostrando las transmutación que sufrieron grupos al servicio de un narcotraficante, de una banda, de una autodefensa, de un parche y cómo fueron poniendo los muertos o reacomodándose para salvar el pellejo, mientras las mismas guerras se transformaban en otras posibilidades, más violentas siempre.
Una forma más de leerse puede ser como testimonio de un intelectual colombiano que después de vivir años en París regresa a su tierra y, como todo exiliado, no termina por acomodarse en ningún lugar. Sus convicciones riñen con las de la mayoría de su familia que entiende el mundo de maneras diferentes, conservadoras en algunos aspectos, pero abiertos para permitir fenómenos como la traquetocracia, en otros.
Pablo Montoya es un escritor reconocido. Libros como Tríptico de la infamia lo muestran con ese aspecto de erudito, se parapeta en sus conocimientos en diferentes artes para narrar entre personajes la barbarie cometida por cuenta de la no aceptación de la Iglesia Católica de los protestantes. Saca a relucir su capacidad para contar historias de ficción. Bebe de la realidad.
En cambio en Cuadernos de París es un narrador de las profundidades de esa ciudad que habitó. Es una especie de cronista de viaje, pero de lo que se encuentra en los sótanos, en los lumpanares, en lugares que solo habitan extraños. Es en su prosa y en su manera de vivir ese otro mundo como nos adentra en lugares que parecen de mentira. Es el relator curtido que nos cuenta en clave de no ficción lo que parece irreal por momentos.
Sin embargo, en su más reciente trabajo, para mi gusto se queda a medio camino entre una cosa y la otra. Intenta como tantos otros autores eso que llaman el metalenguaje, que nos hace perder en qué es parte de la verdad y qué es parte de la irrealidad; hasta dónde lo que escribe es producto de su imaginación y hasta dónde son hechos reales. Por eso, por momentos parece un relato periodístico, pero en otros apartes se adentra en la ficción absoluta. Esos bandazos que se sienten como lector, parece que también los vio él como autor que sabe bastante de literatura. Por eso prefirió explicar en medio del relato lo que se imaginaba narraría y lo que finalmente salió en la novela, incluso confiesa su idea de imitar a Juan Rulfo, al poner a hablar a los muertos. Eso no le quita mérito al trabajo, pero lo hace sentir en ritmos distintos.
Hay que decir que Montoya sabe escribir bastante bien y eso permite que el lector pueda avanzar en el texto y de todas maneras entender un poco los detalles de esa operación que desde la distancia se celebró, pero que cuando se conoció de fondo, como cuando se levantan las enjalmas de las bestias, se vieron las peladuras: asesinatos selectivos, posible alianza entre fuerzas del Estado y otras non sanctas, desapariciones, violencias de todo tipo y, como siempre, políticos asomando la cabeza solo cuando hubo forma de pasar la cuenta de cobro, de resto, haciendo la del avestruz.
En medio de las desazones del protagonista, un escritor repatriado, como lo es el autor; que da clases en la Universidad de Antioquia, como las da el autor; que logra cierto reconocimiento con su trabajo literario, como el autor; se enferma de melancolía por Medellín, por el país, y busca todo tipo de alivios, entre ellos visitar las aguas termales en las cercanías de Manizales y con una bruja, buena según ella misma, intenta encontrar solución a sus males. También aplea incluso a los chamanes, llevado por su joven compañera. Cuento esto por el interés que pueda tener para algunos saber que Manizales y sus alrededores siguen siendo una región bastante contada en la literatura colombiana.
Lean La sombra de Orión y #HablemosDeLibros y de esos males remedios insepultos de Colombia.
En frases
- Parece la imagen del más absoluto desamparo esa mata desordenada de cabellos ensagrentados.
- Si para estas muchachas de ahora la vejez no existe.
- Recalcó que permitir que la gente leyera era más importante que hacer la guerra.
- Si algo desbarata la supuesta respetabilidad de una guerra es ver a un niño soldado.
- Las aguas, provenientes del volcán del Ruiz, gozaban de un poder terapéutico garantizado por los siglos y las generaciones.
Intenta como tantos otros autores eso que llaman el metalenguaje, que nos hace perder en qué es parte de la verdad y qué es parte de la irrealidad.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015