Un congresista nacido en un pequeño pueblo, el cacique que todo lo maneja, pero que también es manejado. El personaje al que todos creen deberle algo y al tiempo al que no se le debe ningún progreso real. El médico Rodolfo indaga sin mucha convicción sobre la muerte de su amigo, Horacio, y al tiempo teme encontrarse de frente con la verdad.
No se trata de una novela sobre alguno de los últimos vergonzosos senadores liberales caldenses, aunque lo parezca. El lugar se encuentra aguas arriba del río Magdalena, en Puerto E, muy cerca del mar, un pueblo muy parecido al Magangué de origen del autor. El político es Maldonado, padre del muerto, y de alguna manera el mentor o patrocinador, para ser más precisos, del galeno investigador.
Pedro Badrán vuelve con Crímenes de provincia, una novela que bien puede ser el relato de cientos de pueblos colombianos, tan carentes de autonomía y donde sus gentes dependen tanto de los padrinos políticos, de los gamonales, esos lugares donde la idea de una democracia moderna se ve como ciencia ficción y donde lo más parecido a la autoridad pasa por jóvenes armados que no entienden de política, pero sí de mandar, amedrentar y asesinar.
Aunque no sigue la estructura de una novela negra en sentido estricto, el hecho de que se vaya detrás de la verdad sobre un crimen y los avances capítulo a capítulo hacia la temida verdad sí nos hacen recordar al Badrán de Un cadáver en la mesa es mala educación, esa divertida novela que va desentrañando las posibilidades del origen de un crimen en el relato de varios de los relacionados.
Rodolfo no solo es el médico que dirige el hospital del pueblo de hecho, aunque sea otro el que figure con ese cargo, y a la vez es un aspirante a escritor. Al menos esa es su excusa para indagar sobre la muerte de quien fue su mejor amigo, así hayan nacido en cunas tan distintas, pero que por la magia de los pueblos en donde todos al final terminan siendo harina del mismo costal se unen para siempre, hasta que la muerte hace de las suyas. Cada uno se hizo asiduo de la casa del otro desde la niñez.
Si en Margarita entre los cerdos, Badrán nos confronta con imágenes rocambolescas y situaciones salidas de la comedia, en este relato su narración es incesante, inquieta al lector y sorprende por cómo nos mete en las veleidades de lo que todos podemos ser, personas buenas, pero que sabemos hacernos los de la vista gorda con ciertos personajes a los que les debemos más de los que queremos aceptar.
Me encanta la forma en la que Badrán mete por ahí sus píldoras con palabras desusadas como factótum o que aprovecha cualquier momento para hacer una digresión sobre algún asunto del lenguaje o del comportamiento humano y no lo hace ver descontextualizado de la historia, porque es el personaje el que se va en disquisiciones que parecen no ir al caso.
Esta es la historia de cualquiera de nuestros pueblos que fueron o son manejados por los violentos. De esos armados a los que los políticos buscaron para después obedecerlos, porque el poder de las armas supera los otros. Al final se encontrará que siempre detrás de todo poder aparece el gamonal que decide sobre la vida y la muerte, incluso por encima de los que creen mandar, porque son muchos en nuestros territorios los que se dan cuenta que cuando eligen el lado oscuro ya no tienen manera de echar reversa.
Lean a este buen autor colombiano para que #HablemosDeLibros y de las violencias que se perpetúan en nuestro país.
Subrayados
* Nos abrimos más a los otros cuando escondemos el rostro.
* Me habían inculcado un elevado respeto que casi rayaba en la sumisión.
* En realidad lo inexplicable siempre nos derrota.
* La tecnología ha cambiado la forma de sentir, de expresarse, de pensar, pero sobre todo de hacer política. Propagar un rumor es fácil.
* Habían encontrado un buen amo a quien obedecer.
* A veces es necesario acercarse a la verdad, es un deber que se tiene con el muerto. No para tomar venganza, sino para sanar y entender.
* Las cosas pasan, suceden, nos duelen, nos desangran, pero uno debe olvidarlas, seguir viviendo.
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