La pandemia nos cambió en muchos sentidos; como consumidores, estudiantes, empleados y trabajadores. Hoy somos más productivos sin duda y hasta quienes eran los más ajenos a la tecnología hoy son más cercanos. La apropiación digital atravesó todos los escenarios. La tecnología también unió familias y amigos a través de una fría pantalla.
Pero quizás lo que nunca alcanzamos a imaginar fue que la alta demanda de dispositivos tecnológicos para el teletrabajo, debido a la misma pandemia, fuera a impactar negativamente esta industria. A eso hay que sumarle la parálisis generalizada de las plantas de producción, por los confinamientos, y ahora la falta de contenedores como consecuencia de los nuevos desafíos de la reactivación. Esta situación tiene en jaque a la industria tecnológica, la automotriz y la manufacturera por la falta de chips.
El circuito integrado o chip fue patentado en febrero de 1959 por el ingeniero eléctrico y físico americano Jack Kilby, empleado de Texas Instruments, quien además recibió en el 2000 el Premio Nobel de Física por su enorme aporte a la tecnología. Más que merecido ese reconocimiento. Ese pequeño dispositivo semiconductor, normalmente hecho de silicio, apalancó el crecimiento de múltiples industrias debido a su tamaño, al menor costo y a la mayor eficiencia energética.
Sin embargo el microchip continuó su evolución gracias a Robert Noyce, apodado el ‘Alcalde del Silicon Valley (Valle del Silicio)’, y a Gordon Moore, autor de la ley de Moore, ambos fundadores de Intel Corporation, empresa reconocida mundialmente como la mayor productora de estos circuitos.
Todo esto ocurrió en California, en el Silicon Valley, la meca mundial de la tecnología. Allí tienen sus sedes Apple, Google, Facebook, Microsoft, Hewlett Packard, entre otros gigantes tecnológicos; así como la Universidad de Stanford experta en temas de innovación y que ha jugado un papel preponderante en el desarrollo de esa región. También están las startups de base tecnológica radicadas allí.
Los circuitos integrados están presentes en todos los dispositivos que tengan partes electrónicas -vehículos, televisores, computadores, teléfonos móviles, equipos médicos, electrodomésticos, etc-. Hacen parte de nuestra cotidianidad. Pero hoy los inventarios mundiales están reducidos por cuenta del coronavirus. Los grandes productores como Intel, Samsung y SK Hynix, entre otros, no dan abasto. El pronóstico no es nada alentador, se espera normalizar la producción para el 2023. La constante para el 2022 es que la demanda superará la oferta, afectando a toda la cadena de suministro y generando de manera directa altas tasas de desempleo en las industrias afectadas, así como el alza en los precios de los productos.
Por lo anterior, si en sus planes de Navidad está estrenar carro, computador o celular, deberá estar dispuesto a pagar por el antojo y a esperar pacientemente en el primer caso. Es una ironía que la aceleración digital tenga hoy en aprietos a la misma industria tecnológica. Seguramente los fabricantes tendrán que innovar para salir al paso de esta crisis.
Si sus compras -de este tipo de artículos- pueden esperar, hágalo. Esta pandemia también nos ha traído de regreso a lo básico, a valorar lo importante. Quizás una buena forma de aportar a la reactivación económica, en esta Navidad, es apoyar a los productos locales y a los pequeños empresarios.
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