Eduardo García A.


Joanne Leedom-Ackerman ha publicado parte de sus memorias como alta funcionaria y vicepresidenta del emérita del Pen Internacional, y se ha referido esta semana al exitoso congreso realizado en 2003 en el Hotel Fiesta Americana de la Ciudad de México con delegados de todo el mundo y la presencia de una amplia muestra de poetas de las diferentes comunidades indígenas del país. Entre las figuras presentes figuraron dos premio Nobel, Nadine Goordimer y Mario Vargas Llosa, y escritores conocidos como Michael Ondaatje, quienes participaron con otros autores en lecturas en el Palacio de Bellas Artes.
Este congreso inolvidable se realizó bajo la coordinación del entonces presidente del PEN Internacional, el poeta mexicano y militante ecologista Homero Aridjis, y la presidenta del Pen México Maria Elena Ruiz Cruz, quienes hicieron hasta lo imposible para garantizar el éxito histórico del evento y dar el mayor protagonismo a la obra de los indígenas mexicanos, quienes leyeron en sus lenguas originales. El congreso tuvo el alto nivel que corresponde a un país milenario como México, cuya cultura variada y sincrética tiene el rango profundo de los países donde han existido grandes civilizaciones como Egipto, India, China, Japon, Perú y Grecia, entre otros.
Leedom-Ackerman es una de las figuras más importantes del PEN en las últimas décadas y aunque nunca accedió a la presidencia del mismo, su huella es invaluable. Las veces que la he visto emanaba de ella esa gran transparencia de las personas que están animadas por una gran generosidad y convencimiento por defender la libertad y el diálogo en un mundo lleno de conflictos y violaciones de los derechos humanos. En círculos tan cerrados como el literario, donde pugnan tantos narcisismos y vanidades, o fanatismos ideológicos o nacionalistas creadores de muros e intolerancia, figuras como ella abogan por dejar al lado los egoísmos y abrirse al mundo sin odio ni fronteras.
El PEN, fundado en Londres por la pacifista Catharine Ami Dawson-Scott y cuyos dos primeros presidentes fueron John Galsworthy y H. G. Wells, cumplirá su centenario en 2021 y Leedom-Ackerman está escribiendo el testimonio de su experiencia de tres décadas vividas en la institución en el paso de un milenio al otro.
Fundado por poetas, ensayistas y novelistas, ha vivido diversas épocas y enfrentado guerras, catástrofes y cataclismos y en la actualidad se ha convertido en una activa organización no gubernamental defensora de escritores, periodistas y twiteros perseguidos por gobiernos autoritarios de todas las tendencias y en diversos puntos cardinales del planeta. Gracias a su actividad, muchos de los defendidos han podido ser liberados de las cárceles y puestos a salvo en exilios seguros, como ocurrió con el Nobel Wole Soyinka.
Varios asuntos se pueden destacar de ese gran congreso de México. Los organizadores lograron que los reflectores se dirigieran hacia escritores mayas, tzotziles, zapotecos, mixtecos, tojolobales, cuya voz sigue siendo inaudible pese a la Revolución y a los esfuerzos de décadas realizados por universidades y academias para que su voz se difunda. Por su lado, Nadine Gordimer, entonces vicepresidenta de la organización, destacó el grave problema de los feminicidios ocurridos en México, especialmente en Ciudad Juárez, en la frontera con Estados Unidos.
En lo personal, tengo el bello recuerdo de una conversacioón con Nadine Gordimer explicándome con extraordinario sentido del humor en una recepción nocturna en la embajada sudafricana sobre el origen del licor Marula que degustábamos y que se hace con una sustancia extraída de la corteza de un árbol que suelen comer los elefantes de su país para embriagrase y causar desastres a su alrededor, o la mirada alerta de Mario Vargas Llosa, siempre rodeado por elegantes y entusiastas damas, entre ellas la famosísima Tongolele, estrella del cine de oro de cabareteras.
También es de recordar la recepción dada al PEN por el entonces joven alcalde de la Ciudad de México, Andrés Manuel López Obrador y una conversación que tuve con unas delegadas muy simpáticas del Pen Catalán, a quienes explicaba que ese joven opositor desconocido que pronunciaba el discurso en la sede de la alcaldía, situada al lado del Palacio Nacional, algun día podría llegar a la presidencia del país, como realmente ocurrió dos décadas después. En ese entonces era impensable o casi utópico que un joven izquierdista de clase media, originario del caluroso estado de Tabasco, en cuyo territorio y alrededores estuvieron asentados los mayas y donde sucede la novela El poder y la Gloria de Grahan Greene, pudiera algun día destronar al hegemónico Partido Revolucionario Institucional y al derechista Partido Acción Nacional, que lo sucedió durante dos períodos.
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