Eduardo García A.


Notre Dame acogió durante siglos misas, bautizos, confirmaciones, bodas, entierros, coronaciones reales y plegarias ante amenazas de invasiones exteriores y su imagen dio estabilidad pétrea a todas las generaciones de habitantes que se sucedían en una caravana de nacimientos, enfermedades, accidentes, asesinatos y muertes.
El apretujamiento, el olor nauseabundo, la humedad, el frío de los inviernos, la sangre de las guerras y las ejecuciones, los carnavales y las fiestas, el paso de payasos y milagreros, el griterío alrededor de los arrancamuelas, la invasión de moscos, ratas e insectos en verano se sucedían cada año imponiendo su ritual novelesco, muy bien descrito en la novela El perfume, de Patrick Suskind, y muchos siglos antes en Gargantúa y Pantagruel de Rabelais.
Hasta que en la segunda mitad el siglo XIX, años después de la publicación por Victor Hugo de la novela Nuestra Señora de París, la inolvidable historia de Esmeralda y el jorobado Quasimodo, las autoridades derrumbaron el barrio insalubre de siglos para abrirle espacios al templo, que desde entonces reina casi solitario y central en la explanada frente a la estatua ecuestre de Carlomagno.
El arquitecto Viollet-le-Duc, el gran restaurador de los viejos monumentos en todo el país, remozó la Catedral a su gusto y capricho, le puso la aguja cargada de apóstoles y santos, renovó gárgolas, y respetando la enorme estructura casi milenaria de madera, también conocida como El Bosque, la techó con hojalatas impermeables de plomo que desde entonces vieron nuevas generaciones de románticos, parnasianos, simbolistas y surrealistas hasta nuestros días.
Visto por detrás, desde la vecina isla San Luis, el techo que a veces cobraba un color verdoso de antigüedad metálica generaba calma y placidez en fieles y turistas que acudían a verla, como si fuera el símbolo de una eternidad inefable, una enorme gata, una esfinge impasible que coronaba y daba estabilidad a la estructura pétrea. Construida a lo largo de un siglo por cofradías de artesanos medievales que de ciudad en ciudad iban por Europa creando moles incomprensibles cantadas por poetas, registradas por pintores, estremecidas por organistas y bendecidas y admiradas por reyes, emperadores, papas, cardenales y obispos, la catedral parecía eterna.
Por eso, al igual que cuando Gargantúa se subió como King Kong a las torres de Notre Dame en la novela de Rabelais, el rumor se apoderó de la ciudad un 15 de abril en la tarde, cuando los noticieros de televisión empezaron a mostrar en vivo la insólita e increíble imagen de una humareda sobrevolando la ciudad y cuyo origen era la intocable, la invulnerable basílica de todos los tiempos.
En la barra del bistrot donde estaba y donde veíamos las imágenes de BFMTV, las especulaciones surgían esa tarde entre los trabajadores de todos los orígenes que a esa hora, cansados, piden una copa para desestresarse después de una larga jornada de trabajo como albañiles, barrenderos, choferes o enfermeros.
¿Un atentado yihadista? ¿Un episodio más de la guerra de civilizaciones? ¿Un capítulo más de la larga lista de sucesos como los atentados de Charlie Hebdo y Bataclán y otros sitios de la ciudad donde fueron acribillados cientos de habitantes? ¿El anuncio de una guerra inminente? ¿La resurrección de aquella pregunta hitleriana de 70 años atrás: ¿Arde París?
Vi de cerca esa inmensa humareda cargada de plomo como si fuera el fruto de una pesadilla. Había ocurrido lo impensable. Ya era hora de pedir un vino en la barra de un café, a donde llegaban agitados los habitantes de la ciudad que en romería no querían perderse el espectáculo. También se reposaban allí por un momento los fotógrafos y los camarógrafos de las televisones o los curiosos.
A esas horas de medianoche la ciudad parecía de día. Habíamos sido testigos de otro episodio histórico, como las impresionantes crecidas. Todo es histórico en este museo-ciudad. El tiempo nos aplasta y se vuelve circular. Los fantasmas del pasado flotaban con el humo en el aire. Entre amigos tomamos otra copa de vino y otra más brindado por la pervivencia de esta catedral en llamas donde ardía un milenio.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015