Eduardo García A.


Varios turistas europeos fueron agredidos hace poco por los monos sagrados del Taj Majal, en Agra, que los mordieron y persiguieron en el parque en busca de comida o porque los primates se sintieron molestos debido a su cercanía y la confianza que expresaron con ellos como si se tratara de simples y adorables mascotas inofensivas. La lujosa y bellísima construcción en mármol realizada por decenas de miles de trabajadores esclavizados como tributo de un pachá a su enamorada, es una de las maravillas del mundo y suele ser visitada cada año por millones de turistas locales y extranjeros en una romería que parece una versión oriental de Disneylandia.
Los monos andan libres en la India y se ven de diversos tamaños por todas partes en amplias manadas, brincado en los templos, merodeando por parques o reposando en prados o techos de casas y edificios. Un día vi salir a algunos muy campantes de unas oficinas del amplio complejo donde se encuentra el palacio presidencial en Nueva Dehli y más tarde me topé con un grupo de cuarenta langures que reposaban en la soleada tarde en un idílico prado cercano a la misma zona presidencial, no lejos de donde fue asesinado Gandhi.
Los observé con cuidado maravillado por la escena y sentí la penetrante mirada que me devolvían, especialmente los machos más grandes, corpulentos y cubiertos por una pelambre amarillenta. Me alejé rápido porque supuse que de continuar el juego de las miradas podía correr el peligro de que me atacaran en manada y sin duda, si eso hubiese ocurrido, hoy no estuviera contando la historia. Me los encontraba por todas partes, colgando de cables, sentados en las típicas bancas verdes de los parques o caminando por las calles no lejos de las famélicas vacas, también sagradas, que pululan en el país.
Se calcula que solo en la capital viven unos diez mil monos langures que recuerdan al dios Hanumán y suelen invadir los patios de las casas o introducirse en la cocinas para robar comida. Por eso no es extraño que hubieran agredido a los turistas, como ocurre en otras partes con la aves que atacan los pic-nics o incluso suelen robarle el sándwich al desprevenido comensal de algún restaurante callejero.
Suerte más dura viven las esqueléticas vacas sagradas, que suelen ser maltratadas o atropelladas y deambulan sin rumbo por calles o baldíos citadinos en busca de algo qué comer. Su piel arrugada y seca llena de cicatrices o llagas son prueba de la desgracia de estos animales que han dado el nombre a ciertos seres humanos que se sienten más importantes que los demás o creen saber más o tener más poder o riquezas que la gente del común. Un día, cuando estaba en un locutorio humilde en un miserable barrio de Calcuta, concentrado frente a un viejo y polvoriento ordenador, sentí la carrasposa lengua de una de ellas que acariciaba mi brazo izquierdo. Había metido su cabeza por la ventana y me miraba con unos ojos lagrimenates en espera que le diera un pedazo de pan.
En Benarés, la ciudad sagrada más antigua del mundo, a donde llegan enfermos y ancianos agónicos para morir y luego ser cremados para lanzar sus cenizas al río Ganges, me topé con monos de menor tamaño que, traviesos, suelen brincar sobre las viejas construcciones de los templos floridos donde se adora al Lingam o falo sagrado entre tañidos de pequeñas campanas. Con sus largas colas y rostros expresivos siempre son atractivos desde lejos en las tardes polvorientas bajo la canícula de aquellas tierras lejanas y calcinadas de Oriente que cantó tan bien el poeta colombiano Jorge Zalamea en su delirante poema en prosa El sueño de las escalinatas.
Los monos sagrados figuran en muchas historias y leyendas épicas indias como el Ramayana y el Mahabharata y así como existe el heroico elefante Ganesha, mitad paquidermo y mitad humano, también nos topamos en esos cuentos con el mono volador que ayudó al dios Rama a ganar muchas guerras. Por tal razón hay figuras, imágenes y estatuas de Hanumán en todas partes. En algunas reproducciones gigantescas se le ve sentado con la mirada serena de los dioses y ataviado con coloridas prendas. El mono es central y es considerado una figura fundacional de la India, casi como una imagen de marca.
Entre el bullicio de los templos donde los sacerdotes esparcen aromas, lanzan agua bendita y oran y los fieles llevan flores que se acumulan en los rincones, los monos suelen participar con sus piruetas para esparcimiento de los niños que acuden allí a repartir ofrendas de frutas en pequeños recipientes durante los días de fiesta consagrados a la deidad. Y así de región en región, de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, en selvas, bosques o terrenos cultivados, el mono es respetado como la cobra domada de los culebreros, las ratas de un lejano templo antiguo donde viven como reinas y son alimentadas por la población, las vacas tristes y otras figuras del reino animal que representan para los indios semejantes que se nutren de las leyendas, la vida, las religiones y la historia.
Tal vez una de las lecciones más compartidas y recordadas por los visitantes de la India es la cercanía del hombre con la naturaleza y los animales de todo tipo que en ella pululan y sufren tanto como el propio homo sapiens. Los sadúes, esos sabios vagabundos solitarios que se encuentran en los bosques semidesnudos bajo el sol recibiendo las energías del firmamento, se alejan de la sociedad y las ciudades y viven de la caridad pública como los monos y las vacas sagradas. En el mono sagrado hay orgullo y a veces cierta prepotencia, en las vacas humildad y paciencia, en la cobra agresividad y veneno, mientras en el sadú confluyen los delirios de quienes a lo largo de los milenios han dado la espalda a la humanidad bélica para explorar en interiores insondables de paz. La India con sus mitos y miserias siempre da una lección a sus visitantes, que tras un periplo por sus laberintos quedan marcados para siempre.
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