La relación europeo-latinoamericana se ha caracterizado desde la Colonia hasta nuestros tiempos por el flujo incesante de seres humanos, mercancías, ideas y, por supuesto, estilos literarios. En los maravillosos relatos aventureros de Colón primero y más tarde de Bernal Díaz del Castillo, y otros muchos sobrevivientes que cuentan el viaje a lo desconocido, se puede asistir a ese primigenio encuentro entre mundos imaginarios que diferían tanto como la tierra de un planeta lejano. Fundadores del realismo mágico hispanoamericano, esos viajeros del descubrimiento y la colonización son, con Marco Polo, Magallanes y Vespucio, los fundadores concretos de esa nueva aventura global, al ser los primeros en darle la vuelta al círculo, hacer real la vuelta al globo.
Desde entonces, la aventura de esa interpenetración, de ese gran coito cultural ha vivido distintos episodios en los ámbitos de las ciencias, la ideología, la política y la literatura. La expedición botánica del sabio gaditano José Celestino Mutis y las investigaciones de Humboldt abrieron al mundo el esplendor telúrico de la tierra americana, lejos ya de las monstruosas imaginerías que llegaban a Europa en cuentos e imágenes de desmesuradas criaturas y riquezas sin fin.
Humboldt realizará una expedición aún más extensa por casi todo el continente y regresará a Europa con datos más exactos y rigurosos de las riquezas de ese mundo todavía nuevo. Más tarde Darwin viajó por el cono sur en el Beagle, y adquirió allí el mal de Chagas que lo hará sufrir toda la vida, pero no le impedirá ampliar las bases del conocimiento de la evolución de las especies. En Francia, en un tranquilo recodo del Jardín de Plantes, donde puede aún observarse un árbol plantado por Bouffon, se recopilaron y almacenaron miles y miles de muestras de la naturaleza americana para felicidad de científicos y amantes de lo exótico.
Cabeza de Vaca, Bernal Díaz del Castillo, Mutis, Humboldt, Darwin, son apenas algunos de los nombres cimeros de esa exploración europea de América, a los que debe agregarse la de los lingüistas y etnólogos que establecieron el mapa de las lenguas indígenas, los códices y los usos y costumbres de las etnias milenarias del continente, especialmente las de México y Perú.
Como contraparte de esa mirada, los nativos de aquellas tierras solo fueron a Europa como ejemplos de circo de Ultramar para las cortes europeas o como representantes de la élite criolla corrupta y arribista que abriría las puertas a la nuevas potencias sobre las ruinas de la anacrónica España. Habría que esperar el flujo de las ideas revolucionarias de la Ilustración hacia América para que se gestara el gran cambio, el gran caos propiciado en parte por la codicia de la nueva potencia anglosajona, que originaría las patrias bobas y el largo proceso de formación y desmoronamiento de las instancias surgidas de ese fuego independentista.
Buena parte de la élite criolla se nutrió de las ideas europeas, que a su vez alimentaron a quienes crearon la futura potencia estadounidense. Clérigos y ministros de todas las nuevas Repúblicas hicieron sus Europas y regresaron para tratar de moldear sus países a imagen y semejanza de los avances europeos. En el campo de la literatura, esa relación ha sido aún más estrecha. A fines de siglo XIX, el París metálico visitado por los poetas modernistas Rubén Darío y José Asunción Silva, que era el París de Verlaine y Mallarmé, impresionaba junto a la Gare Saint Lazare a los viajeros que llegaban por tren desde Le Havre tras cruzar el Atlántico.
Todos esos avances quedaban grabados en la memoria de los latinoamericanos que habían cruzado el mar y ahora se disponían a regresar para siempre a sus pagos, cargados de ideas y ritmos nuevos. Porfirio Díaz, el dictador mexicano afrancesado, reposa en un cementerio de París después de hacer de su capital una copia de aquélla. Cuervo, el colombiano coautor del gran diccionario murió en París. El sabio Ezequiel Uricochea enseñaba árabe y culturas levantinas en Europa, Rubén Darío, el líder modernista, era el más europeo de los europeos, él, quien se decía "muy antiguo y muy moderno" y a la vez muy indio.
Además de Miranda y de Bolívar, la lista de personalidades latinoamericanas devoradas por Europa sería interminable, pero habría que destacar en especial ese maridaje literario total de los decimonónicos latinoamericanos con las principales corrientes europeas. La novela es romántica, realista y naturalista como la europea. La poesía es romántica, parnasiana y simbolista como la europea. Llegan luego los tiempos de los modernistas Enrique Gómez Carrillo y José María Vargas Vila, grandes best-sellers latinoamericanos que fueron leídos en todos los rincones del continente y cuyos libros llenaban las alforjas de los jinetes.
Superficial el primero, pero buen cronista; insoportable y pomposo el segundo, ambos hoy olvidados, representaron el arquetipo de latinoamericano europeizado y globalizado de entregueras que reinó hasta el "boom". Mientras esos dos viajeros triunfantes miraban Venecia y París desde sus balcones, el látigo de los numerosos tiranos latinoamericanos surgidos de la "Independencia" caía desde el Río Grande hasta la Patagonia sobre las espaldas de los siervos encargados de extraer las riquezas de esa tierra, que volvió a encontrar defensores en los grandes telúricos José Eustasio Rivera, con La Vorágine, Rómulo Gallegos con Doña Bárbara y Canaima y Ricardo Guiraldes y Horacio Quiroga, entre otros.
Más tarde, hacia mediados del siglo XX, esas élites literarias europeizadas estarán compuestas por Miguel Ángel Asturias, quien fascinó antes en los años 30 con sus Leyendas de Guatemala y por otros como César Vallejo, Alfonso Reyes, Vicente Huidobro, César Moro, Alejo Carpentier y Jorge Luis Borges. En los años 60 tocará el turno a Octavio Paz y a los reyes del "boom" Julio Cortázar, Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez, figuras emblemáticas de esa nueva América Latina a la vez próspera y ávida de revoluciones, que duda entre la tentación democrática y el delirio totalitario.
Dos siglos después de la Independencia, las patrias bobas latinoamericanas son cada vez más bobas que nunca. Abocadas al coctel de la explosión demográfica y la picardía de sus élites oligárquicas, el fracaso de esas naciones es palpable y hace hoy más actual la necesidad de que se difuminen las artificiales fronteras creadas por caciques a mediados del siglo XIX y que han mostrado sin cesar su peligrosa caducidad.
Entregada durante largos periodos al imperio de las potencias anglosajonas, la América Latina boba de hoy reclama la asesoría del pensamiento fraguado en Europa, continente que hasta hace apenas unas cuantas décadas vivía empantanado en el dolor de los holocaustos, las guerras civiles y las tentaciones totalitarias. Puesto que Europa misma se ha hundido en los más atroces procesos de autodestrucción y con dificultad trata de crear espacios estables, ella puede convertirse hoy en la hermana mayor de este Extremo occidente, una interlocutora y aliada frente a las nuevas fuerzas fanáticas y tanáticas que acechan al globo y al continente.
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