Eduardo García A.


El famoso modisto, diseñador y dandy alemán Karl Lagerfeld (1933-2019), fallecido esta semana a los 85 años, era una figura pública apreciada por su inmensa cultura, talento, inteligencia y dominio de la imagen en una época que se inscribe en los nuevos paradigmas de la comunicación. Su figura de largos cabellos canosos de estilo dieciochesco, sus gafas oscuras, guantes, cuellos almidonados, anillos y trajes extraños eran el centro de la atención en cada temporada de desfiles de otoño, primavera e invierno y acaparaba las primeras planas.
Hasta el final de los días Lagerfeld, apodado el Káiser, cuidó de su imagen icónica, que no solo le producía muchos millones sino una notoriedad creciente, que aumentó mucho más después de la desaparición de su rival Yves Saint Laurent.
Hijo de un millonario y una exquisita mujer que se dedicaba a la música y amaba la cultura, Lagerfeld fue un creador que deambulaba por todos los espacios del arte. Además fue un gran lector y un hombre de espíritu famoso por sus inteligentes y repentinas declaraciones y respuestas, así como por sus aforismos. Vivía encerrado en su mansión de la calle de la Universidad en París rodeado de una biblioteca de 300.000 libros y la gata Choupette, que es su heredera. Afirmaba que nunca convivió con nadie bajo el mismo techo, aunque tuvo un gran amor, el dandy Jacques de Basher, quien murió de sida en 1989. Viajaba todo el tiempo de un continente a otro y tenía varias residencias en Europa y el mundo, cada una diseñada a su gusto.
Lagerfeld fue una especie de condotiero renacentista que alcanzó a vivir entre dos siglos y pasó su vida no solo en los grandes salones de la mundanidad, sino también en museos, palacios, templos y casas antiguas llenas de obras de arte. Su imagen parecía flotar en la Venecia del siglo XVIII, la gran ciudad de los palacios que vivía entonces un siglo crepuscular después de un milenio de esplendor e irradiación mundial. Allí en esos palacios llenos de fantasmas Lagerfeld se sentía en su salsa, erguido, lúcido y con la mirada de águila alerta a las esculturas, cuadros, tapices, portalones y techos labrados o al paisaje exterior poblado de góndolas en tiempos del Carnaval de los enmascarados.
Era pues un personaje de la estirpe de Giacomo Casanova o el Marqués de Sade, un esteta orgulloso de vivir para el arte, un irónico escéptico que miraba con desdén los poderes terrenales y las estupideces de su época. En los momentos de soledad monacal, el modisto incrédulo y libertino dialogaba con Miguel Ángel Buonarroti, Leonardo Da Vinci, Tiziano, Canaletto y escuchaba la música divina de los castratti venecianos.
Junto al genial Yves Saint Laurent (1936-2008), Lagerfeld era ya desde los años 50 una de las dos figuras precoces del diseño en Francia y desde entonces y a lo largo de la vida hubo una velada rivalidad entre ambos por el primer puesto en el podio. Cada uno creó y lanzó a la fama las divas más famosas del momento. Saint Laurent vistió a su musa Catherine Deneuve; Lagerfeld a Inés de la Fressange, Claudia Shiffer y Vanessa Paradis, entre otras. El Káiser trabajó para las casas de moda Pierre Balmain, Patou, Chloé, Fendi y desde 1982 para Chanel.
Saint Laurent era frágil y después de temporadas de trabajo incesante y desfiles inolvidables con las más bellas modelos del mundo, podía caer en crisis psiquiátricas provocadas por su alcoholismo, el consumo de drogas y su agitada vida sexual. Lagerfeld por el contrario, trabajador incansable y amante de todas las artes, coleccionista de libros y obras de arte, fotógrafo de talento, caricaturista para la prensa alemana, era una fuerza contenida y poderosa que renovó la vieja marca Chanel y contribuyó con su rival Yves Saint Laurent a quitarle polvo a la rancia y elitista industria de la moda, que era antes comandaba por la no menos extraordinaria anciana Coco Chanel, una mujer de armas tomar que creció en un orfanato y se caracterizaba por su fuerte personalidad y sus iras explosivas.
Yves Saint Laurent, que vivió durante su vida con el empresario y estratega financiero Pierre Bergé, hombre también de gran cultura parecido a los mecenas de otros tiempos, logró crear un gran emporio con la marca gracias al trabajo talento del diseñador, una figura que hizo creaciones inolvidables como la minifalda de los años 60 o los trajes masculinos y los smockings para mujeres.
Karl Lagerfeld no paraba de trabajar y su consigna era nunca repetirse. Creció en el lujo que le proporcionaron sus padres a ese mimado hijo único que tenía cuenta especial para vestirse en lujosas casas de moda y conducía a los 20 años un Bentley.
Era una figura pública pero apreciaba antes que todo la soledad y la lectura insaciable, y como bibliófilo que era también creó su propia editorial. Su muerte acaparó a las primeras planas de los diarios y suscitó múltiples ensayos y homenajes porque era una personalidad irremplazable. Como tal vez en su tiempo y antes de la caída en desgracia fue el dandy Óscar Wilde, Lagerfeld fraguó su propia leyenda y fue un original hasta su último suspiro.
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