Eduardo García A.


Este miércoles murió a los 94 años de edad y a causa del coronavirus el ex presidente francés Valéry Giscard d’Estaing (1926-2020), brillante economista que durante su gobierno de siete años entre 1974 y 1981 modernizó en muchos aspectos al país y se ajustó a una feliz ola de renovación cultural iniciada un lustro antes con el movimiento de mayo de 1968.
Al morir Giscard d’Estaing, un año después de Jacques Chirac (1932-2019), desaparece para siempre una generación de grandes presidentes ilustrados, amantes todos del arte y la literatura, elocuentes y con sentido de la historia y el Estado, individuos de diálogo y elegancia en el debate civilizado. Aunque solo duró un periodo en el poder, su larga jubilación de medio siglo lo vio tener protagonismo en la construcción de la Europa comunitaria y hasta hace poco era un placer verlo exponer en entrevistas sus lúcidas reflexiones geopolíticas sobre este complejo siglo XXI.
Quiso el destino que cuando llegué muy joven a Francia a estudiar, acababa de morir en plena primavera de 1974 el presidente Georges Pompidou y el país se encontraba en un ambiente eléctrico de funerales internacionales, con la presencia de líderes mundiales, entre ellos Richard Nixon, y abocado a unas súbitas y cruciales elecciones presidenciales anticipadas. Como todos los de mi generación, los asuntos sociopolíticos del mundo nos apasionaban desde el bachillerato y no había mejor momento para llegar a Francia que en medio de un acontecimiento histórico del cual se podía aprender día a día leyendo la magnífica prensa, pletórica de excelentes revistas y diarios y cuando la juventud irrumpía desmoronando las viejas tradiciones y se rebelaba contra el legado del general Charles de Gaulle (1890-1970).
Medios como Le Monde, Le Figaro, Le Nouvel Observateur, L’Express, los debates televisivos con su amplio y riguroso despliegue, se volvieron profesores de este súbito cambio cuando aún estaban vivos Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir y André Malraux, entre otras muchas eminentes figuras. La política se anclaba en una larga tradición, llena de personajes de leyenda, cuyas ideas y palabras seguían presentes y vivas y se utilizaban en debates y forcejeos electorales.
Georges Pompidou, quien había sido Primer ministro del general que liberó a Francia de los nazis y creó la Quinta República, ya había sentado las bases para la modernización continuada después por Giscard. Como casi todos los líderes de su tiempo, el fallecido mandatario que en abril de 1974 ingresaba a la catedral de Notre Dame en su catafalco, en medio de honores y ceremonias civiles y militares, tenía una gran cultura y amaba las artes, hasta el punto de que su celebrada antología de la poesía francesa es una de las más conocidas y leídas en el país y aún sigue vigente.
A él se debe la creación del Centro Pompidou, un espectacular museo futurista de arte contemporáneo, inaugurado con carácter póstumo en 1977 y que es visitado cada año por millones de entusiastas amantes del arte de los siglos XX y XXI. El país había vivido en los últimos meses las visibles huellas de la enfermedad del mandatario, cuyo rostro se veía hinchado por los efectos de la cortisona y a quien se le reconocía por su lucidez y los esfuerzos por hacer avanzar al país en medio de una ola de espectacular progreso económico y renovación de la sociedad y las costumbres añejas.
Planeaba sin embargo sobre todos la sombra del general De Gaulle, cuyas memorias también son un clásico de la literatura y quien se había convertido en un anciano padre de la patria, monarca autoritario de dos metros de estatura que vivía de la gloria de su protagonismo histórico en la Liberación de junio 1944 y quien al final fue derrotado por la revolución juvenil, que lo obligó a renunciar y a retirarse de la vida política en su refugio de Colombey-les-deux-eglises.
Vivir las elecciones en directo era asistir a una gran cátedra de ciencia política. En unas cuantas semanas los observadores experimentaron el desplome y la derrota en primera vuelta de quien se suponía sería el sucesor natural de Pompidou, el carismático Jacques Chaban-Delmas y la irrupción como candidato de Giscard, joven ex ministro de Economía de solo 48 años, un liberal que peleó en segunda vuelta con el gran socialista François Mitterrand (1916-1996), derrotado de nuevo por estrechísimo margen, pero quien llegaría finalmente al poder siete años después para convertirse en otra referencia histórica.
Sus opositores le reconocen a Giscard el impulso modernizador, aunque muchos se burlaban de su acento aristocrático, su altiva elegancia, sus veleidades literarias y eróticas en la senectud, pues sugería en una malísima novela que había enamorado a la bella princesa Lady Di. Algunos analistas, incluso de izquierda, recordaron con nostalgia estos días su paso por el poder, ya que desde la moderación que era la suya se abrió a los cambios y no retrocedió al promover a través de su ministra Simone Veil cambios fundamentales para la condición de la mujer, entre otras medidas de progreso.
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