Eduardo García A.


Después de tantas semanas encerrados, los humanos comenzamos a experimentar una especie de jet lag existencial, ya que no se sabe ni en que día ni en que hora estamos y menos lo que pasará cuando de nuevo podamos salir libremente a la calle. En algunos países ricos donde está muy bien organizado el estado providencial, las cosas transcurren con menos angustia en medio del pánico, pero es inimaginable el dolor y el hambre que sacude y sacudirá a millones en los países pobres, donde la mayor parte de la economía es informal y la miseria reina desde siempre ante la indiferencia de los poderosos.
Las medidas aplicadas con urgencia en los países europeos más ricos se parecen a lo que los derechistas de todos los pelambres criticaban con toda su fuerza. Los primeros discursos históricos pronunciados ante la emergencia a mediados de marzo por Angela Merkel y Emmanuel Macron tenían matices de izquierda, pues ambos dijeron que había que proteger a los sectores prioritarios como la salud de la libre concurrencia, para convertirlos en fuerzas de beneficencia, costara lo que costara. El Banco Central Europeo y los ministerios de economía nacionales actuaron con rapidez y sin titubeos.
En tiempos de hegemonía de los criterios de austeridad, auspiciados por las fuerzas de derecha y los sectores más conservadores de la socialdemocracia, el hecho de que el Estado ayudara a los pobres y a los más frágiles era para ellos una verdadera alcahuetería y por eso durante sus gobiernos desmantelaron el sistema social, restringieron los derechos laborales y precarizaron los servicios hospitalarios y del seguro social, que tuvieron que ser restaurados con urgencia para evitar una catástrofe.
Las ideas del británico John Maynard Keynes, que habían pasado de moda, vuelven a ser mencionadas por los economistas que hablan ahora de un nuevo Plan Marshal y de inversiones estatales urgentes para restaurar la economía azotada por el virus. Hablar del escandaloso enriquecimiento en el mundo de unos pocos magnates en las últimas décadas, ya no es óbice para ser tildado de comunista.
En el país donde vivo, once millones de personas se encuentran en desempleo técnico, o sea que reciben el 80% de su salario aunque no trabajen y tienen garantizado por ahora el empleo, aunque sin duda muchos lo perderán cuando la economía vuelva a despegar en un proceso lento que tardará mucho tiempo en recobrar el equilibrio pasado.
Los sectores de la población más vulnerables que ya estaban desempleados y en situación precaria, siguen recibiendo los subsidios de sobrevivencia y además perciben primas extras para garantizar que nadie tenga hambre en estos meses de incertidumbre. La protección civil llama con frecuencia a los solitarios, a las madres de familia o a los más viejos para preguntarles si no necesitan ayuda.
Las pequeñas y medianas empresas han recibido ayuda para impedir la quiebra inminente, mediante préstamos y aplazamiento del pago de alquileres y cargas. Es el caso de centenares de pequeños negocios como peluquerías, floristerías, papelerías y especialmente bares, restaurantes y cafés que seguirán cerrados hasta nueva orden.
El floreciente sector turístico, que tiene su mejor temporada en estas fechas primaverales y veraniegas, recibe especial atención, ya que los más de cien millones de turistas que inflan las arcas del sector estarán ausentes de sus negocios en playas o ciudades y lugares atractivos que permanecen cerrados. Ya se siente la efervescencia de la reanudación de las actividades. Muchos restaurantes comienzan a vender para llevar, el gigantesco sector de la construcción retorna a las obras en marcha y las escuelas primarias se preparan a reanudar sus actividades restringidas.
El susto tal vez pase, pero la humanidad debe ser ahora más solidaria porque nuestra generación ya vivió en carne propia el miedo a desaparecer y la soledad de la cuarentena. El mundo descubre que hablar de ecología, reducir el reino de las avenidas y los automóviles, acabar con el desperdicio y el consumo delirantes, propiciar el trueque y la reutilización de objetos y ropa, así como abogar por energías sustentables no es tener ideas de hippie. Que quienes tienen el plato lleno se acuerden que hay millones de pobres con hambre, sin salud ni educación.
Keynes y otros economistas humanistas de antes de los tiempos de Margaret Thatcher, Ronald Reagan, Augusto Pinochet y Francis Fukuyama, quien auguró que con el neoliberalismo terminaba la historia, vuelven a la carga para abogar por una humanidad más solidaria y menos arribista que no esté arrodillada siempre ante los ricos insaciables y los plutócratas arrogantes.
El uso de este sitio web implica la aceptación de los Términos y Condiciones y Políticas de privacidad de LA PATRIA S.A.
Todos los Derechos Reservados D.R.A. Prohibida su reproducción total o parcial, así como su traducción a cualquier idioma sin la autorización escrita de su titular. Reproduction in whole or in part, or translation without written permission is prohibited. All rights reserved 2015