Eduardo García A.


Una verdadera ola de solidaridad mundial en los medios de arte y poesía causó el anuncio de que el Ministerio de Cultura de Colombia canceló de manera inexplicable su apoyo financiero al Festival Internacional de Poesía de Medellín, Premio Nobel Alternativo 2006 y declarado también patrimonio cultural de la Nación en 2007 por el poder legislativo del país. Fundado en 1991 por un puñado de jóvenes poetas idealistas encabezados por Fernando Rendón, el evento es una de las ventanas más famosas de Colombia en el mundo y ha causado impresión en los centenares de invitados extranjeros de 127 países al ver que durante las celebraciones se llenan foros, estadios y salones para escuchar poesía en una de las ciudades más afectadas por la violencia en medio siglo.
Cuando se inició el festival, Colombia vivía uno de los momentos más duros de su historia en medio de los más sangrientos atentados causados por los poderes del narcotráfico que había carcomido como un cáncer a la capital antioqueña, dejando en calles y barrios una lista apocalíptica de muertos, en su mayoría jóvenes que morían entre el fuego cruzado de las mafias y los ejércitos de toda índole, legales e ilegales. A eso se añade que en esos tiempos también caían como moscas centenares de hombres de bien, luchadores decentes por la paz y el respeto de la libertad de expresión y los derechos humanos.
Poco a poco los jóvenes fundadores fueron solidificando el proyecto, que contó en las primeras versiones con la presencia de grandes autores colombianos como Fernando Charry Lara, Héctor Rojas Herazo y figuras latinoamericanas como la nicaragüense Claribel Alegría, el argentino Juan Gelman, el español Jorge Justo Padrón, el alemán Hans Magnus Enzensberger, el italiano Edoardo Sanguinetti, los peruanos Javier Sologuren y Blanca Varela, el chileno Gonzalo Rojas, los venezolanos Eugenio Montejo y Juan Calzadilla, el francés Claude Esteban, el portugués Nuno Júdice y los mexicanos José Emilio Pacheco y Adolfo Castañón, entre otros.
Más tarde el festival fue tejiendo lazos con casi todos los países del mundo y trajo a Medellín a participar a autores de Japón, China, Oriente Medio, África y otras naciones, convirtiéndose en una cita obligada y admirada de la poesía mundial. En la prensa cultural del mundo la ciudad, famosa por los crímenes del tenebroso capo Pablo Escobar y sus adláteres, empezó a ser conocida por esa fiesta poética y atrajo la atención de medios, representantes diplomáticos y amantes del turismo cultural.
Lo que al principio se inició con la publicación de la inolvidable antología Poetas en abril y la creación de la revista y la Fundación Prometeo por parte de unos jóvenes que trabajaban con las uñas, entre ellas muchas mujeres, se convirtió poco a poco en estas tres décadas en uno de los acontecimientos que más enorgullecen y dan lustre a Colombia. Gracias a la participación multitudinaria de los habitantes de la ciudad y de los visitantes de otras ciudades, el mundo supo que la maldad y la mezquindad de los violentos colombianos es solo fruto de una minoría envenenada de delincuentes y que en todos los sectores de la población vibra por el contrario un deseo profundo de paz y concordia y una atracción por la palabra poética que tiene muchos vasos comunicantes con la filosofía y la sabiduría milenarias.
También a lo largo de estas tres décadas el Festival ha contribuido a la irrupción de muchas de las vocaciones poéticas de jóvenes colombianos de nuevas generaciones, en especial la de los llamados Millenials que se abrieron al arte y a la poesía en los primeros lustros de este siglo XXI, y muchos de los cuales son invitados cada año a participar en la delegación de poetas colombianos de distintas regiones. Porque una de las características del Festival de Medellín es abrirse a regiones, provincias y minorías indígenas y afrodescendientes, para tratar de romper el cerco del centralismo y de las discriminaciones raciales de clase reinantes en el país desde tiempos inmemoriales.
También gracias a la revista Prometeo y a las diversas antologías publicadas por la Fundación del mismo nombre, los lectores del país y del continente latinoamericano han descubierto la poesía del mundo por medio de traducciones que nos facilitan acceder a la voz de poetas de países lejanos del sudeste asiático, del extremo, mediano, y cercano oriente, África, así como de Europa occidental y del Este, Rusia y los países de las desconocidas estepas siberianas y a su vez esos países han accedido a la obra de muchos poetas colombianos de distintas generaciones.
Todos esos criterios fueron tenidos en cuenta en Suecia para otorgarle al Festival el Premio Nobel Alternativo, un prestigioso galardón bien merecido. Por eso es lamentable que el Ministerio de Cultura de Colombia decida este año en que el tema central del país es la paz quitarle el apoyo financiero, una suma insignificante si se la compara con el derroche presupuestal que Colombia ha invertido en la guerra a lo largo de medio siglo, o el dinero que dilapidan los padres de la patria o los sabuesos de la corrupción generalizada tanto en el centro como en las provincias.
No sé qué mosca ha picado a las autoridades culturales de Colombia para hacer un gesto tan mezquino contra el Festival Internacional de Poesía de Medellín, que este año celebra su entrega número 28. Ojalá que la ola de apoyo internacional a esta fiesta de la cultura y la poesía lleve a rectificar una medida absurda que nos hace recordar que hacemos parte de Macondo y sus delirios y que aquí todo es posible, desde el vuelo maravilloso de las mariposas amarillas de la palabra hasta los actos burocráticos incomprensibles. Por eso quitarle la modesta ayuda al Festival, más que un crimen, es una estupidez.
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