Los diversos indicadores que miden el comportamiento de la economía, tanto en el ámbito nacional como en el local, dan cuenta de un comportamiento negativo que un año después de iniciada la pandemia no da signos de recuperación. Esto a pesar de haberse iniciado el proceso de vacunación y de existir cierta claridad con relación a que la ciencia ha encontrado una salida, que sin embargo no parece haber causado el esperado efecto psicológico en los mercados para producir una reacción importante en la actividad económica que permita revertir la tendencia decreciente de los diferentes indicadores.
Esto puede tener, entre otras causas, que aún no se han superado las circunstancias que provocaron un comportamiento decreciente del ciclo económico, que ya se observaban en el contexto nacional e internacional antes de la pandemia; por lo cual no solo se trata de los efectos de la situación de salud, sino también de la acumulación de factores internos y externos con importante incidencia en la actividad económica, que se observaron durante el año 2019 y que se acentuaron con las medidas restrictivas de la actividad general de principios de 2020.
No obstante que las preferencias de política económica prevalecientes en el mundo a partir de los años 80 del siglo XX hasta la actualidad han recomendado la reducción del tamaño del Estado, el fomento de la libertad económica, la no intervención del Estado en la economía y por lo tanto la privatización de las empresas estatales –cartilla que los países latinoamericanos en su mayoría siguieron con entusiasmo– dadas las actuales circunstancias se hace necesario recurrir a la historia económica del mundo y a la teoría keynesiana, que parecía desgastada pero que en estos momentos de dificultad recobra su importancia. En este sentido, resulta pertinente recordar que el economista inglés John Maynard Keynes recomendó como salida a la gran crisis económica de la segunda década del siglo XX una intervención del Estado por medio del gasto público para estimular la demanda agregada y por esta vía incrementar la producción, la inversión y el empleo.
Sin embargo, en una economía globalizada como la actual no resulta pertinente aplicar los postulados keynesianos como se hizo a principios del siglo XX. Para que el gasto público tenga el efecto esperado, de acuerdo con el modelo keynesiano, es necesario que se cumplan algunos requisitos: en primer lugar, debe estar orientado a generar ingresos en las familias o personas con una alta propensión marginal a consumir, esto es, aquellos que por cada peso obtenido como nuevo ingreso tienen la tendencia a gastar el mismo volumen de crecimiento en el ingreso. En segundo lugar, se debe estimular el consumo de bienes y servicios producidos en el mismo territorio de tal manera que el mayor ingreso no se vaya a generar empleo en un territorio diferente, y un tercer elemento sería generar capacidades en los empresarios locales para cubrir mercados externos de tal forma que la producción que genera empleo local sea vendida en otros mercados.
En este orden de ideas, para encontrar la senda de la recuperación de la economía sería necesaria la intervención tanto del gobierno nacional como de los gobiernos locales por medio del gasto público, especialmente en aquellos sectores intensivos en mano de obra. De esta manera se dinamiza la oferta de nuevos puestos de trabajo, lo que traería como consecuencia un incremento en el ingreso de las familias y por lo tanto un crecimiento del consumo inducido, es decir aquel que depende del nivel de ingresos de la población y que genera un circulo virtuoso por medio del cual, según la ley de Say, toda oferta crea su propia demanda. Pero como se trata de un problema complejo también se requiere de soluciones complejas en las cuales debe haber un compromiso de toda la sociedad. No es suficiente con la intervención del Estado, sino que también es necesaria la vinculación del sector privado asumiendo parte de la responsabilidad por medio de la inversión que contribuya a incrementar la demanda de mano de obra.
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