El Coronavirus está haciendo visible los efectos del sistema de valores que ha construido la humanidad en las últimas décadas. Una pandemia que avanza masivamente sin discriminar países, sistemas políticos, ni modelos económicos, ha dejado entrever, por un lado, la exacerbación del individualismo y el consumismo, y, por otro, las manifestaciones de una solidaridad con pocos antecedentes.
El sociólogo Francois Dubet indica que el debilitamiento de la solidaridad ha generado parte de los males que hoy quedan en evidencia, como la negación de derechos básicos, la profundización de la desigualdad y el desgaste de la democracia. La solidaridad, ese valor denostado y considerado inútil por la dictadura de los mercados, es central de la vida social. Es ese lazo material y simbólico que vincula nuestro destino particular al destino de los demás y el medio para que las personas, basadas en un sentimiento de afecto recíproco, se reconozcan en sus diferencias y se garanticen derechos recíprocamente.
Históricamente, los procesos de expansión de la solidaridad y la ampliación de los horizontes de la igualdad, se han dado después de las guerras, según analiza Dubet. La seguridad social universal, el estado de Bienestar y la inclusión de personas de bajos ingresos, mujeres y comunidades afro e indígenas a la educación superior, sucedieron cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. El sentimiento de solidaridad, pero también de sacrificio, que emergió luego de padecer bombardeos, hambrunas y muertes, se convirtió en un llamado poderoso a construir condiciones equitativas de existencia.
Los sacrificios actuales y venideros frente a la actual pandemia tendrán que convertirse en el reclamo de un nuevo mundo y en un movimiento que revitalice la solidaridad y haga que se derrumben barreras, dogmas y prejuicios. Ya estamos viendo el efecto que esto genera en el mundo. En estas semanas, de un plumazo y sin mayor criterio que el sentido de humanidad, se han asignado albergues para los sin techo, se han reconectado servicios públicos a los morosos, se ha empezado a discutir el establecimiento de un ingreso básico para quienes la estén pasando mal y se ha aplazado el pago de impuestos.
Hemos sido testigos también de cómo el cese obligatorio de actividades y el aislamiento físico de muchos países, está haciendo que el mundo cambie, así sea momentáneamente. Los delfines salen tranquilos a la bahía de Cartagena, las cabras corren como locas por las calles de Albacete, el aire tiene mejor calidad hoy en Bogotá, Madrid, Barcelona y Wuhan, y muy seguramente la tasa de homicidios, feminicidios, accidentes y riñas ha disminuido considerablemente.
Asimismo, la urgencia de atender la pandemia, pero también el giro hacia otros valores, han hecho que varios gobiernos adelanten acciones en contra de su propio credo: Trump destinó 50.000 millones de dólares para enfrentar la pandemia en Estados Unidos, Bolsonaro ha vuelto a llevar a Brasil a los médicos cubanos que había expulsado, Italia ha aceptado la ayuda médica de China y piensa nacionalizar la aerolínea Alitalia, y Francia y Alemania también se proponen devolverle el carácter público a varias empresas privatizadas.
La solidaridad es, más que una acción concreta de apoyo en periodo de crisis, una forma de asumir la vida en sociedad. Para Dubet, “no se define por la donación y la generosidad, sino por el compartir cotidiano y por un conjunto de obligaciones, deudas y acreencias en favor de aquellos a quienes no conocemos, pero de los cuales nos sentimos responsables”. Y en efecto, en medio de este shock civilizatorio, nos estamos haciendo conscientes y responsables de los adultos mayores, de los habitantes de calle, de los desempleados, de los trabajadores informales y de muchos otros a los que, en tiempo de no pandemia, infravalorábamos y no estimábamos parte de nuestro destino común.
Este tiempo de reflexión y cuidado mutuo debe impulsarnos a mover las barreras de lo posible y a asumir compromisos individuales y políticos con mucha más imaginación y humanidad.
El silencio de estos días nos ha permitido escuchar y ver cosas esenciales que siempre estuvieron al frente de nosotros. La solidaridad es una de ellas y será fundamental para construir el mundo después del Coronavirus.
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