En enero de 2010 la revista The Economist lanzó una edición cuya portada era un gran monstruo devorándose a una persona. La criatura era la representación del gobierno, el cual, según la publicación, se ha convertido en un gran Leviatán, un engendro contra el cual debe existir una reacción masiva para frenarlo.
La visión de The Economist es la misma que por décadas han planteado los fanáticos y beneficiarios del neoliberalismo, quienes han clamado e impuesto con éxito en muchos países Estados mínimos, gobiernos pequeños, presupuestos con austeridad social y planes de choque. El resultado ha sido, por un lado, la limitación de derechos y la privatización y financiarización de la vida, y por otro, una profecía autocumplida, ya que si se minimiza el papel del Estado, cada vez tendrá menos capacidad de responder a los grandes retos.
En contravía de esta visión e impulsando una batalla discursiva, académica y política, la economista Mariana Mazzucato viene desmontando desde hace más de una década los mitos alrededor del papel del Estado y está empeñada en transformar la forma en que el mundo percibe el valor, el sector público y el crecimiento. Oponiéndose a la visión interesada del neoliberalismo, bajo la cual la innovación y el desarrollo son fruto de gestas e ideas individuales, Mazzucato ha hallado que un porcentaje muy alto de la creación de valor en nuestra sociedad se ha generado como consecuencia de esfuerzos colectivos, en los cuales, desde el ferrocarril hasta Internet, la nanotecnología o el sector farmacéutico, el Estado ha jugado un rol determinante.
En El Estado emprendedor (2013) Mazzucato halló que en la base de las grandes empresas e iniciativas empresariales de nuestros tiempos siempre ha estado el impulso del gobierno. El algoritmo de Google fue desarrollado gracias a una subvención pública de la Fundación Nacional para la Ciencia de Estados Unidos, la biotecnología ha llegado al punto actual debido al descubrimiento de los anticuerpos moleculares en los laboratorios públicos del Consejo de la Investigación Médica de Reino Unido, y todas las tecnologías revolucionarias que integró Apple en el iPhone y el iPad fueron desarrolladas por el sector público de Estados Unidos: Internet, GPS, pantalla táctil, rueda de clic, baterías de litio, pantalla de cristal líquido, microprocesador y tecnologías de la comunicación, entre otras.
Este Estado emprendedor no solo se dedica a promover ciencia básica o a financiar iniciativas, también se preocupa por darle respuesta a una pregunta central: ¿cómo generar riqueza de forma sostenible y garantizando el bien común? Bajo esta perspectiva, el Estado es un actor central que moldea la innovación, co-crea mercados y valor, conecta actores y sectores, revaloriza el sector público, transforma instituciones, dirige el rumbo de las finanzas y promueve un crecimiento verde y sostenible, en lugar de solo de “arreglar” las fallas de mercado.
La visión de un Estado intrépido, que es fuente de inspiración, contrasta con el rol que en Colombia se le ha asignado al sector público. Después de más de tres décadas en las que los gobernantes han asumido como un dogma de fe el neoliberalismo y el libre comercio nos encontramos con esa misma profecía autocumplida: el gobierno es grande solo donde hay márgenes para la corrupción y el clientelismo, y es mínimo donde podría impulsar grandes transformaciones. Asimismo, acá el emprendimiento no ha sido promovido como la conexión valiosa entre actores que contribuyen para crear valor de forma colectiva, sino como la romantización del sacrificio personal a través de la extendida filosofía de “sálvese quien pueda”.
La gestión durante la pandemia del coronavirus ha demostrado lo lejos que estamos de un Estado audaz y eficiente. Durante esta crisis el gobierno siempre ha llegado muy tarde y con muy poco, razón por la cual los indicadores de desempleo, pobreza, informalidad y cierre de empresas se han disparado.
Un Estado emprendedor ayudará decididamente a superar la distopía contemporánea, bajo la cual se privatizan las ganancias y el individualismo se eleva a valor universal, mientras se socializan las pérdidas y se debilita e infantiliza al Estado. Es momento de aceptar el reto que Mariana Mazzucato nos propone de recuperar el poder colectivo y transformador de lo público.
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