Hace 35 años Los Prisioneros crearon un himno sobre los sin futuro, sobre personas cuyos sueños y planes poco o nada le importan al poder y quienes, en medio de la violencia e individualismo del mundo, son prescindibles e innecesarios.
Durante el último mes y medio se ha dado un auténtico baile de los que sobran en Colombia. Millones de ciudadanos han salido a las calles movidos por una doble indignación, primero, por ser víctimas del único gobierno en el mundo que se atrevió a proponer un incremento de impuestos a las clases medias y bajas en medio de la crisis sanitaria y económica más grande del último siglo, y segundo, debido a una brutal represión oficial y paraestatal, que ha dejado más de 50 personas asesinadas, decenas sin ojos y cientos desaparecidas.
El cinismo de Duque desató un estallido de furia que ha despertado centenares de otras rabias incubadas durante décadas. Colombia era una olla a presión antes del coronavirus y la pésima gestión del gobierno en medio de la pandemia incrementó la temperatura social. 21 millones de personas están hoy en la pobreza y 7,4 millones en pobreza extrema, 500.000 micronegocios cerraron el último año, el índice de Gini (que mide la desigualdad) pasó de 0,52 a 0,54 y, muy arriba en el podio de los países que peor han atendido la crisis, está el Estado colombiano, que siempre llegó muy tarde y con muy poco.
El estallido ha dejado ver el rechazo al manejo de la pandemia así como a la conducción económica, social y política del país durante los últimos 30 años. Los que están en las calles, contrario a las cada vez más paranoicas e infantiles acusaciones de Uribe, Duque y el Centro Democrático, no son castrochavistas, vándalos o terroristas urbanos, son personas que no han heredado nada, han surgido por esfuerzos propios, tienen poco que perder y se cansaron de ser sistemáticamente excluidas por unas élites que nunca se preocuparon por construir un contrato social, ni por establecer una autoridad con legitimidad y eficacia. Los manifestantes son una expresión significativa de lo que es Colombia hoy, así a algunos privilegiados y herederos del poder les cueste aceptarlo.
Los que han sobrado históricamente, los que han sido invisibles para los gobiernos y solo han sido tenidos en cuenta a la hora de pedirles el voto, son los que están y seguirán marchando: el empresario quebrado, la joven que dejó sus estudios por falta de plata, el comerciante endeudado, el artista sin apoyo, la deportista sin patrocinio, el profesor con 50 estudiantes por grupo, el adulto mayor sin pensión, la universitaria empeñada con el Icetex, el vendedor informal que ha aguantado hambre en las cuarentenas, la víctima del conflicto víctima de los ataques del gobierno al proceso de paz, el alumno que tiene que caminar 6 horas para ir y volver de la escuela, el contratista al que siempre le queda mucho mes al final sueldo y aquellos que sin sufrir sacrificios de este tipo, son solidarios y consideran que la ciudadanía merece mucho más que violencia, inequidad y corrupción.
No sabemos cuál será el futuro y el destino del paro, pero se ha abierto una discusión significativa sobre qué país puede emerger de las movilizaciones, qué valores pueden guiar la construcción de una sociedad más equitativa y menos violenta, qué monumentos y símbolos nos pueden unificar, y qué elementos deberían incluirse en el diseño de un pacto social, ambiental, económico y político vinculante.
Y esa discusión se está dando al margen del gobierno saliente, ya que Duque decidió renunciar a la política y a la autoridad civil, para delegar en los militares, los civiles armados, las autoentrevistas en inglés y los extremistas de derecha el mando de la crisis.
“Únete al baile/De los que sobran/Nadie nos va a echar de más/Nadie nos quiso ayudar de verdad”, es el coro que millones han cantado durante los últimos 50 días. Los que sobran se levantaron, decidieron salir a marchar y resolvieron no conformarse con el país y la clase política que les tocó. Ese baile difícilmente parará.
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