Cristóbal Trujillo Ramírez


Si el alto gobierno, los maestros y los padres de familia entendiéramos que los niños son la esencia de la escuela, que ellos son la médula del proceso pedagógico y la prioridad de este país, convencido estoy de que la educación en este país andaría por mejores rumbos. Es innegable que nos caben responsabilidades a todos en el rezago que existe en términos de calidad educativa, y poco sano sería señalar a otros en beneficio de la exclusión particular de responsabilidades. ¡Qué saludable resultaría para la nación hacer un pacto nacional por la construcción de una escuela al alcance de los niños! Retomo las palabras que en 1994 pronunció nuestro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, cuando en el Palacio de Nariño hizo entrega del informe de la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo: “Por lo mismo, nuestra educación conformista y represiva parece concebida para que los niños se adapten por la fuerza a un país que no fue pensado para ellos, en lugar de poner el país al alcance de ellos para que lo transformen y engrandezcan”. Para ir en pos de ese sueño es necesario que a ellos primero les pertenezca la escuela, que la escuela sea pensada para ellos, que no haya nada en ella que les sea ajeno, que los niños puedan apropiarse de los escenarios escolares, como bebé en cuna, como pájaro en nido, como oso en cueva.
Para que podamos construir esa escuela que necesitan los niños de Colombia, el gobierno debe aportar maestros idóneos dignamente reconocidos, infraestructuras apropiadas para la tarea educativa, conectividad y equipamiento tecnológico, alimentación y transporte escolar, escuelas de formación deportiva, recuperación del movimiento artístico escolar, atención interdisciplinaria de los niños con necesidades educativas diversas, programas de atención a los niños con talentos excepcionales, y las condiciones suficientes que posibiliten una muy buena formación pedagógica.
Para que podamos construir una escuela al alcance de los niños es necesario que los maestros asuman su papel no como una forma de ganarse la vida, sino como lo sugiere el maestro y pedagogo Miguel Ángel Santos Guerra, es decir, como una manera de facilitar que otros ganen la vida. Si el maestro asume así su vocación, transformará sus prácticas y las necesidades y expectativas de sus estudiantes serán su afán permanente, respetará sus tiempos y atenderá sus ritmos, formará con la didáctica del amor y anulará de su vocabulario toda expresión de desaliento, retaliación, exclusión e indiferencia.
Para que podamos construir una escuela al alcance de los niños es fundamental que los padres de familia asuman sus obligaciones con sus hijos, esencialmente aquellas que tienen que ver con el afecto, el acompañamiento y el ejemplo. Es fundamental que los padres asumamos la tarea de educar a nuestros hijos con la convicción de que el patrimonio formativo es la principal herramienta de éxito y superación que a ellos podemos legar.
Lamentablemente hoy no solo encontramos un gobierno ajeno a los nobles intereses de la escuela, unos dirigentes indolentes frente a las necesidades de la escuela pública, sino que además vemos a muchos maestros que niegan su vocación con sus prácticas, han encontrado ciertamente en este “oficio” una manera de ganarse la vida y poco o nada les importa si otros la pierden a causa de su indiferencia. Pero como si todo esto fuera poco, también estamos frente a la soledad que viven nuestros niños a causa del abandono y la indolencia de sus padres, niños que viven en la orfandad sin haber podido heredar tan siquiera el derecho a la compasión, sencillamente porque la sociedad les cobra a ellos la miseria de sus padres. Estamos entonces muy lejos de tener un país al alcance de los niños, pero si emprendemos el camino de diseñarles la escuela a su medida, avanzaremos por buen rumbo.
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