Cristóbal Trujillo Ramírez


La gran apuesta del gobierno nacional en materia educativa es que Colombia se convierta en el país más educado de América Latina para el año 2025, loable propósito que envidiaría más de una nación en todo el orbe. Nosotros los maestros sí que tendríamos que estar reconocidos con esta causa y, a decir verdad, lo estamos; solo que el camino emprendido en busca de ese destino nos asegura que vamos a llegar a otra parte, pero no sabemos dónde. Esta afirmación no es producto del pesimismo o de retaliaciones como las que desafortunadamente se ven hoy día con tanta frecuencia en este marco de polarización que vive el país, sino el resultado de análisis juiciosos que hacemos quienes vivimos en la escuela y que palpitamos con ella segundo a segundo el marcapaso de su existencia.
Son tres las razones que me llevan a afirmar que andamos por el camino equivocado: en primer lugar, un propósito de esta magnitud no se asume por una decisión presidencial ni por un acto administrativo de gobierno como en efecto ha sucedido; cualquier día desde la Presidencia de la República se tomó esta determinación, pero este noble propósito tuvo que haber sido el producto de un acuerdo nacional y el resultado de conversaciones sociales, gremiales, académicas y políticas. Dicho de otra manera, no es por medio de un decreto como se busca un propósito nacional de tal envergadura.
Lo segundo es que no se han implementado las condiciones para lograr dicha meta, de suerte que se hace necesaria la adopción de un plan educativo nacional que intervenga estratégicamente los puntos críticos que han marcado el rezago de la educación en Colombia. Me refiero a temas álgidos de los pendientes en la agenda nacional de la educación, y menciono algunos de los más urgentes: la nutrición, la infraestructura, el equipamiento, la pertinencia del currículo y la dignificación de la carrera docente.
Y en tercer lugar, no hemos acordado cómo vamos a medir, de hecho, el logro de tal propósito. El gobierno supone que por medio de las pruebas Saber y las Pisa se miden los avances de la calidad de la educación, y desde las lógicas del aparato estatal eso es comprensible. Lo que sucede, sin embargo, es que una buena parte del país y gran parte del sector educativo tenemos claro que en el mejor de los casos las pruebas estandarizadas pueden llegar a medir el avance en la capacidad cognitiva de los estudiantes, mas no la calidad de un sistema. Es curioso escuchar cuando se les pregunta a los simpatizantes de este sistema de medición qué miden las pruebas, porque contestan que la calidad de la educación; pero cuando se les cuestiona sobre lo que esta significa, los mismos contestan que la calidad es lo que miden las pruebas. Hay pues una argumentación falaz: una petición de principio.
El gobierno nacional le está apostando entonces a ser el país de mejores desempeños en pruebas estandarizadas en América Latina en el 2025 y ese propósito, importante por supuesto, es diferente a constituirse en la nación más educada; sencillamente porque este medidor no puede dejar de lado dimensiones trascendentales en la formación del ser humano tales como los aspectos deportivos, artísticos, culturales, axiológicos, estéticos, éticos y todos aquellos que terminan definiendo la calidad del ser humano. No podemos medir la calidad de la educación sin tener en cuenta las dimensiones del desarrollo humano que son, en últimas, las que definen la calidad de ciudadano, de hijo, de padre, de profesional, en fin, la calidad de hombre; es como si tratáramos de medir la temperatura con un metro.
Lo que sí queda claro es que este tipo de pruebas ha servido para establecer rankings perversos que fortalecen la cultura del egoísmo y obstaculizan la construcción de tejidos de solidaridad; se premian a los primeros, se estimula a los mejores y se penaliza a la inmensa mayoría, sencillamente porque en la lógica estadística siempre los mejores serán unos pocos.
Por todo lo anterior, para el año 2025 es posible que mejoremos los resultados en pruebas externas y a lo mejor alcancemos los mejores puntajes de América Latina; no obstante, estoy seguro de que no sabremos si hemos mejorado la calidad de la educación, sencillamente porque no estamos aplicando el examen que la mide y porque tampoco contamos con el “calidómetro” requerido para ello.
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