Cristóbal Trujillo Ramírez


A la edad de quince años Daniela cursaba sus estudios de secundaria con grandes dificultades en el área de matemáticas. Las tareas, los trabajos y las evaluaciones se convirtieron para ella en fuente de ansiedad y de mortificación. Su salud emocional y física se degeneró, según diagnóstico médico, a causa de acoso psicológico escolar. Esta situación llevó a que su padre se viera obligado a interrumpir los estudios formales de su hija para convertirse, según él mismo, en su propio maestro. Hoy Daniela, a sus escasos diecisiete años, es fotógrafa de Juanes y de una famosa actriz mexicana, vive feliz en California y prepara el lanzamiento de su primera película.
Este es el resumen, grosso modo, de la historia de la hija de Jürgen Klaric, docente, escritor, orador e investigador estadounidense en neuromarketing, quien, motivado por la situación de su hija, decidió iniciar una investigación sobre los sistemas educativos del mundo. Para realizar su trabajo, seleccionó catorce países: Colombia, México, España, Uruguay, República Dominicana, Estados Unidos, Canadá, Perú, Panamá, Ecuador, Argentina, Finlandia, Corea del Sur y Singapur, y los resultados los presenta por estos días en un trabajo antropológico que él mismo denominó “Un crimen llamado educación”, un estudio juicioso y de rigor investigativo en el que todos los actores educativos deberíamos interesarnos, principalmente los maestros y los padres de familia.
La investigación analiza no menos de veinte aspectos neurálgicos de la educación en el mundo que hoy son la causa del desastre del aparato educativo. Algunos ya los hemos referido en anteriores artículos y seguramente otros los abordaré en próximas entregas. Hoy quiero detenerme en un aspecto que los investigadores abordan con especial énfasis y que ciertamente para mí es de carácter trascendente: la inmensa mayoría de los sistemas educativos del mundo buscan optimizar el coeficiente intelectual en menoscabo del coeficiente emocional. Efectivamente, son sistemas concebidos para desarrollar las competencias cognoscitivas, mas no las competencias artísticas, estéticas, y lúdicas.
La gran mayoría de países que integran la OCDE están muy desesperados por entregar buenos resultados en matemáticas y lenguaje (lectura y escritura), mientras que muchos de los que no la conforman buscan afanosamente su admisión. Por eso, diseñan sus políticas educativas para alinear los currículos y los estándares a las demandas de las pruebas internacionales. En Colombia, por ejemplo, las pruebas estandarizadas para tercero, quinto y noveno, así como las Pruebas Saber 11, se corresponden a los requerimientos de este organismo internacional, es decir, la política educativa está diseñada para cultivar el intelecto, el conocimiento, el saber; poco importan las competencias emocionales, poco importan los niveles de felicidad de los niños.
Ya vamos entendiendo por qué la Ley 715 abolió a los profesores de educación física y de artística de las escuelas de Colombia. Ya nos vamos dando cuenta por qué se exterminó el movimiento artístico escolar. Ahora entendemos por qué ampliar la jornada de estudio para que los escolares vean más horas de matemática y lenguaje. Es indudable que los gobiernos de estos países buscan mejorar sus indicadores en referentes internacionales, y no importa que para lograrlo el precio que haya que pagar sean la depresión y el estrés de nuestros estudiantes y maestros.
Para el caso concreto de nuestro país, el trabajo investigativo de Jürgen Klaric pone en blanco y negro la realidad del sistema educativo colombiano, que, según los datos arrojados por la investigación, no se aleja significativamente de la realidad internacional en materia educativa. Sin embargo, debo reconocer que si se está develando un crimen, no menos importante sería indagar y denunciar quiénes son los criminales.
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