Cristóbal Trujillo Ramírez


Había sido común hasta ahora en Colombia, y así lo he manifestado en esta columna en repetidas ocasiones, que los candidatos a cualquier cargo de elección popular utilicen las dignas banderas de la educación como su más noble compromiso, pero cuando ostentan el poder las agitan con indiferencia y desinterés. Lo que jamás había pasado, o por lo menos hasta donde el video de mi memoria me lo permite, es que un gobernante en ejercicio del poder le hiciera promesas al país incluso sabiendo que no podrá cumplir, no solo porque es un propósito muy ambicioso, sino fundamentalmente porque no hay la suficiente voluntad política para tomar las decisiones que implica transitar hacia el logro de dicho propósito. Y me estoy refiriendo a la promesa del presidente de la república Juan Manuel Santos, según la cual “Colombia será la nación más educada de América Latina en 2025”. Pero para que esta afirmación no se quede en percepciones, veamos en detalle cuáles son los elementos básicos que se requieren para encaminar un país hacia esta noble conquista.
En primer lugar, hay que dignificar la profesión docente. Estudios internacionales como McKinsey han concluido acertadamente que la calidad de la educación pasa meridianamente por la calidad de sus maestros, y dignificar a los maestros es remunerarlos bien, garantizar la calidad de su seguridad social, orientar pedagógicamente la carrera docente e implementar efectivos programas de incentivos y cualificación. En contraste, hoy en Colombia los maestros no somos bien remunerados, en materia de salud somos pacientes de alto riesgo, hay ausencia casi absoluta de estímulos, los recursos para cualificación docente son mínimos y ni qué decir del respeto por la pedagogía como disciplina fundante de la escuela, pues hoy la docencia en Colombia no es una carrera profesional, es más bien un profesional a la carrera.
Otro elemento fundamental en esta apuesta por la calidad de la educación son los recursos, representados en infraestructura, tecnología y equipamiento. Si bien es cierto que los espacios físicos de la escuela no demandan de sofisticados y suntuosos requerimientos, también lo es que hay unas condiciones básicas que se deben garantizar para un normal desarrollo de la tarea educativa: unidades sanitarias, iluminación, aireación, conectividad, bibliotecas, restaurantes, áreas pedagógicas suficientes, entre otras. Sin embargo, para nadie es un secreto hoy que en Colombia asistimos a escuelas con importantes limitaciones en este sentido: condiciones de físico hacinamiento, patios adecuados como restaurantes escolares, baterías sanitarias indignas para cualquier ser humano, presencia de humedades y escasa iluminación, pupitres desvencijados que amenazan la integridad física de estudiantes y docentes, y para poner solamente una evidencia irrefutable: esta es la hora en que no hay conectividad en colegio alguno de Colombia.
Y el tercer elemento fundamental es, sin lugar a dudas, la política educativa, entendida como el conjunto de decisiones del poder público que la impulsan, la condicionan o la impiden. Específicamente, para el caso de Colombia, desde este espacio han sido muchos los artículos en los que demuestro los grandes y repetidos desaciertos de la política educativa nacional, y he probado cómo dichos trazos en la planeación del mapa educativo obedecen más a razones econométricas o requerimientos internacionales que a una búsqueda sensata de la calidad educativa.
En estas condiciones no es sensato pensar en que seremos la nación más educada de América Latina en 2025, máxime cuando dicha afirmación corresponde al presidente de la república, el mismo que niega las condiciones básicas para que por lo menos podamos iniciar el camino. No hay derecho a que en pleno ejercicio del poder presidencial el señor Juan Manuel Santos haga promesas de campaña electoral, las cuales son negadas simultáneamente con el falaz argumento: “No hay plata”.
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