Cristóbal Trujillo Ramírez


Es claro para el país y para el mundo que los maestros en Colombia no son bien pagos. Existen informes internacionales que dan cuenta de las significativas diferencias salariales y prestacionales de los docentes nacionales comparados con los de otras latitudes. Un informe de la OCDE sobre la remuneración de los maestros de sus países afiliados muestra que Luxemburgo, Irlanda, Corea, Alemania, Estados Unidos, Austria, Japón, Canadá, Países bajos y Suiza son los que mejor pagan, mientras que Grecia, Chile, México, Turquía, Estonia, República Checa, República Eslovaca, Polonia, Hungría y Colombia se encuentran entre los países que peor remuneran a sus maestros. Es decir, en el marco de los países afiliados a la OCDE (ya nos dan por afiliados) Colombia es el que peor paga a sus maestros, y considero que el dato es contundente en lo referido al panorama internacional.
En el escenario latinoamericano no sucede nada diferente: los docentes en Colombia ocupan las posiciones inferiores en la escala de remuneración salarial y prestacional, por debajo de países como México, Brasil, Argentina, Chile y Bolivia, y nos disputamos los últimos lugares con los peruanos. No en vano el propio informe de la Fundación Compartir presentó el mejoramiento salarial de los maestros como una decisión estratégica para el país de cara a intervenir la calidad de la educación. Todo este contexto lo pongo de referencia con el propósito de que al país le quede claro que los maestros somos pobres, sencillamente porque no hay una política de Estado que reconozca en el maestro su papel preponderante en la sociedad y su decisiva participación en la generación de riqueza nacional. Prueba esto el hecho de que nos vemos en la necesidad de acudir a la huelga, afectar el derecho a la educación de los niños, bloquear vías nacionales, obstruir la movilidad ciudadana y someternos a los atropellos de las fuerzas de represión del Estado para que se nos garanticen unas pocas condiciones mínimas para realizar nuestro trabajo y merecer una atención de salud digna y eficaz.
Que nos llamen “maestros pobres” es una afirmación por la cual tendrá que responder el Estado, y es apenas una de las consecuencias de las condiciones políticas con las cuales se gobierna una nación. Pero que nos digan “pobres maestros”, esta sí es una sentencia por la cual tenemos que responder nosotros, sencillamente porque no está dando cuenta de lo que tenemos, sino de lo que somos; un pobre maestro es un maestro triste, desdichado, indigno, que padece su trabajo, que sufre con lo que hace. Yo invito a todos los maestros a que asumamos la actitud de los jardineros mientras podaban una larga e interminable fila de árboles en condiciones muy difíciles: “Seamos felices mientras podamos”. Es frecuente ver a maestros en la escuela renegando y maldiciendo, pero por fortuna también es usual ver a muchos otros que sonríen y bendicen. ¿Por qué esta diferencia de actitudes? Si todos estamos afectados por las mismas circunstancias, para todos los maestros la tarea es ardua y difícil, ¿por qué entonces unos viven como pobres maestros? Creo que la respuesta es solo una: “Si no puedes hacer lo que amas, no podrás amar lo que haces”.
Mi invitación hoy es que demandemos del gobierno mejores condiciones laborales para los maestros y luchemos para que la educación ocupe el sitial de honor que le corresponde en la búsqueda del desarrollo nacional, y también que, dentro de la escuela, amemos lo que hacemos, disfrutemos cada día de nuestra docencia, inundemos de alegría las aulas, hagamos de cada encuentro con nuestros estudiantes lecciones inolvidables en la enciclopedia de sus vidas. Si educar es lo que amas, entonces no seamos pobres maestros.
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