César Montoya


En vísperas de lanzar mi nuevo libro “Oda a la Alegría” he reflexionado sobre lo que significa LA PATRIA en mi vida intelectual. Soy un escritor de pacotilla que, a pesar de evidentes defectos estilísticos, encontró alero protector en sus columnas.
Era Director Arturo Gómez Jaramillo, lector incansable de Francois Mauriac y Paul Claudel. Los dos calmaban su hambre inmaterial. Hacía el primer año de Derecho en la Universidad de Caldas. Con audacia inverosímil lo asalté en su oficina. “Quiero escribir en el periódico”, le dije. Con regañona mirada hizo un recorrido sobre mi cuerpo, sacudió negativamente la cabeza, se arrepintió y me dijo: ”Tráigame un artículo”. Envanecido redacté un ”Mensaje a las juventudes conservadoras del norte de Caldas”. Hoy valoro a Arturo como generoso e irresponsable que aprobó la publicación de semejante esperpento. Desde ese pretérito, sus diferentes directores me han dado cobijo para que barrunte malas prosas con mis colaboraciones ladrilludas.
Pienso en cualquier escritor nuestro. Por ejemplo en Alejandro Samper. Tiene estilo rumiador, escarba temas de sus diarias lecturas, y hace divagaciones agudas. ¿Por qué escribe? ¿Qué demonio interior lo incita en sus enfoques ácidos y novedosos? ¿Lo subyugan las letras de molde y alimenta su ego con la publicidad?
Vayan preguntas. Escribir es un orgasmo, una descarga, una liberación. El escritor busca en el amorfo continente humano, cirineos que compartan las congojas que lo laceran. Necesita quien le preste el hombro para sobrellevar la pesada carga espiritual que busca ranuras escapatorias. Sabe que existe hermandad solidaria en tanto Quijote suelto que tiene trabados los cables mentales. El escritor es un alienado que barrunta quimeras. Hay un toque de locura en esas navegaciones aéreas, en ese soñar que jamás agota las fuentes creadoras. LA PATRIA ha sido un cenáculo celeste. Su territorio lo llena actualmente un elenco de insuperables acróbatas intelectuales.
Aquilino Villegas aquí publicó su canto a Berta Singerman que los siglos no enterrarán porque está pulido con ripios de estrellas. Fue estremecida su prosa, cuando, maltratado por un dolor impotente, vio consumir su Manizales en llamas devastadoras. Aquí se leyeron sus rabietas políticas y aquí repartió látigo contra sus adversarios.
Y qué decir de Bernardo Arias Trujillo. Era un alienado mental. Solo un cerebro perturbado por duendes nadadores, podía embarcarse en las aguas del río Risaralda acompañado de la morena Canchelo, rasgando tiples y cantando trovas de vaqueros. Y qué de la “Carta a Josefina Dugand” redactada con estéticas afiebradas, tembloroso su corazón y veloz la pluma para aprehender los mensajes en el instante mismo del milagro partero. “Diccionario de emociones”, con Don Quijote, Otelo, Edipo, debieran estar siempre ahí, sobre la mesa de noche. Esas fantasías del sonámbulo manzanareño, fueron publicadas aquí, en LA PATRIA.
Silvio Villegas fue su insigne Director cuando el periódico era un belicoso vocero del conservatismo. Era la gloriosa época de sus editoriales, de la dinamita conceptual de Aquilino Villegas, de los relampagueos ensayísticos de Alzate y más recientemente de un literato de pluma hurgadora: Luis Guillermo Giraldo Hurtado.
LA PATRIA es nuestro periódico. Ha sido una fábrica de escritores, academia del noble pensamiento, frentera barricada de incontaminados ideales. Escribir en sus páginas, Nicolás Restrepo, es un pinche selectivo, transfiere garbo y prestigio. Diario que alimenta élites, refugio de pinchados argonautas que perforan mares sobre barcazas de ensueño.
Me siento un rey de la creación cuando sin fórceps acaricio las criaturas que se liberan de mis encierros de angustia. Escribir es una imperante obligación para darle agua y pan a unas ánimas benditas que buscan claridades liberadoras.
Gracias Arturo Gómez Jaramillo que me abriste las puertas de LA PATRIA, alcázar de oro, gracias Nicolás Restrepo Escobar talentoso Director de uno de los más importantes diarios de Colombia.
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