Carolina Martínez


Reafirmando el tema de mi anterior columna “Filosofía amable” en la que hablo de la importancia de ser amables con el prójimo, hoy quiero referirme a algo aún más importante, que es ser amables con nosotros mismos. Es más difícil, porque es inconsciente, pero al parecer, no es imposible. Y tiene mucho que ver con la sonrisa, esa que debemos regalarle al mundo -como dije hace ocho días- y también nuestro propio cuerpo.
Psiconeuroinmunoendocrinología. Es una ciencia que nos enseña como la mente nos enferma y como la mente nos cura. El médico de la Universidad de Caldas José Gerardo Albán, máster en programación neurolingüística, lleva 16 años estudiando la relación que existe entre la mente y las enfermedades del cuerpo. No cree en los medicamentos pero sí en la medicina para la felicidad, como la ha llamado. El especialista asegura que nada de lo que pasa en nuestro cuerpo ocurre sin que la mente haya dado una instrucción. El problema es el tipo de instrucciones que le damos. El 85% de las enfermedades son psicosomáticas, tienen origen mental, todas, menos las intoxicaciones, envenenamientos o accidentes. La mente inconsciente controla el cuerpo de manera indirecta, y esa mente inconsciente hace que se me suba la presión o me dé taquicardia.
La verdad es que, al saberlo, me dio taquicardia ¡Una culpa más para este pobre corazón! Qué angustia, y lo más grave es que en todo cuerpo habita la loca de la casa, que es la mente. Pero el doctor Albán dice que podemos cambiar esas instrucciones que le damos. Que cada pensamiento que tenemos genera cambios en el sistema nervioso-central y esos cambios hacen que se liberen sustancias que van a producir transformaciones en el cuerpo, por eso con el estrés, el miedo o la rabia, se empieza a inundar el cuerpo de sustancias negativas que finalmente lo enferman. No nos morimos de cáncer sino del miedo a morir de cáncer.
El estrés es fatal. Literalmente. No soy científica para decir si el Dr. Albán tiene razón, pero sí me he preguntado muchas veces por qué la gente se muere de lo que sufre. Por ejemplo, muchos médicos se mueren de una enfermedad de su especialidad, el cirujano de quijada que se muere de cáncer de quijada o el neurólogo de un derrame cerebral. Cuántos cuentos de mujeres operadas de las maruchas que les da cáncer de mama. Mi tía que sufrió años con los juanetes en los pies hasta que se los operó y luego le dio cáncer en el dedo gordo. La amiga que se iba a hacer cirugía en la nariz y antes de hacérsela el médico le encontró cáncer de piel justo ahí, en el morro que tenía en su nariz. Y yo, por no ir más lejos, con lo que me gusta el vino y me da hepatitis autoinmune. Hasta los accidentes, a los bailarines les afectan las piernas y a los pianistas las manos y a los pintores los ojos. Todo eso me ha parecido muy sospechoso, y se llama “programación”. El Dr Albán cuenta este cuento: En 1980, a Geerd Hamer, médico oncólogo alemán, le mataron un hijo y pocos años después le diagnosticaron a él cáncer de testículo y a su esposa cáncer de seno. Se preguntó si había algo que los dos tuvieran en común que les hubiera generado cáncer: el dolor de la muerte de su hijo. Comenzó a investigar si el cáncer aparecía como una respuesta fisiológica ante una situación de estrés y dolor profundos y encontró que el 100% de sus pacientes tenían un antecedente emocional previo.
Con la mente nos autoprogramamos, autodestruimos y autoconsumimos. Pero se le puede engañar, al sonreír. Nuestro doctor nos recomienda sonreír cada hora, por reloj. Así esté triste, solo, aburrido. Sonría con convicción. De esta manera libera dopamina y engaña su mente, y cada hora hay que darle su dosis para que se lo crea.
Tenemos el poder de enfermarnos pero también de curarnos. Y lo demás que hay que hacer para autocurarse se los digo la próxima semana pues ahora me toca repetir que confío en mí, creo en mí, me siento sana, feliz, me amo.
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