Carolina Martínez


Hace un año Pablo Mejía se fue y nos dejó a Poncho Mejía y ahora se fue Poncho también y como Pablo, solo nos dejó alegría. Pablo, el de Poncho, el de Anita, mi cuñado, el que los sábados nos hizo reír aquí en estas páginas, se nos fue el 19 de enero del año pasado y Poncho, el de Anita y Pablo, mi sobrino, se fue a alcanzarlo hace apenas unos días. Hoy están juntos volando por el cielo. Antes de ellos -Anita, Pablo y Poncho- no sabía yo que una familia pudiera ser un solo ser. Ellos tres fueron uno, y cada uno, como ninguno. Anita, mi hermana, la de Pablo y Poncho, y la de ustedes y de todos porque Anita es de todos aquellos que alguna vez han sufrido, ella sigue en la tierra, pero es del cielo. Es un ángel que vino de otro mundo. No hay nadie como ella, se los aseguro.
Ni como Poncho. Poncho Mejía fue un bacán. Un parcero. Viajero incansable de la vida, de sueños y de mundos, de continentes, risas y de océanos. De mentes y dementes, de sabores y de estrellas. Un viajero mochilero de amor y música, de corazones y paisajes. Poncho fue el mejor hijo, nieto, sobrino, primo, amigo y hermano -pues aunque era único hijo fue hermano de sus amigos-. El mejor estudiante, el mejor profesional, el mejor de los mejores siempre, siempre él, siempre curioso y siempre prudente, siempre sincero, siempre de viaje, siempre con sus asombrados ojos y su sonrisa de niño siempre, él por siempre.
No le conocí un rencor. Nunca lo vi pelear con nadie. Habló, habló y habló hasta que se le acabaron las palabras. Alma, mente y corazón abiertos. Brazos abiertos al sol, al mar, al aire, brazos que abrazan la vida, el tiempo, la luna y el arte. No desperdició un segundo de su vida. Diseñador industrial que diseñó su universo. Metódico y ahorrador, su éxito profesional le permitió recorrer el mundo. Y el viento. Maravillado con la vida y la noche y los superhéroes. Noctámbulo por completo y pésimo madrugador, solo le madrugó a la muerte.
Alma libre y viajera enamorada con pasión de las cosas más simples de la vida. A los ocho años le escribió una carta a Anita -en la que ya se perfilaba su preciosa letra de diseñador- donde le dice que la quiere mucho porque “tu eres la que haces la mallor parte de la comida y te preocupas por uno en todo lo del colegio, también la que lava la losa y alistas el uniforme y de lo que mas mas mas me gusta es cuando suele terminar la jornada de tu dia que llegas del trabajo y nos ponemos nosotros tres a ver televicion y luego nos vamos a preparar la comida entre tú y papa la preparan y yo alisto los libros me empillamo y luego voy y pongo la mesa”.
Amado por las mujeres. Además un bizcocho. Creció entre mujeres, y era fácil para nosotras conversar con él de cualquier cosa, y sobre todo, muy fácil amarlo. Tuvo dos novias en serio, muy en serio. Se entregó sin comprometerse porque Poncho no quería dejar viudas ni huérfanos, sabía que su tiempo era corto y se lo dijo a su dulce Nati: Yo te doy mi tiempo, que es lo único que tengo.
Además de su vida y su ternura, nos deja carcajadas sonoras y una lección de amor llena de fuerza y valor. Nada fue fácil para ti, mi guerrero superhéroe aventurero (Yo le enseñé la música y por eso me creo su tía favorita). Sus cuarenta años le alcanzaron para amar cada día. Para aventarse en parapente, y también de espaldas al vacío en Bungee Jumping en Australia, y en Colombia, que es más gracia, sin saber si el lazo aguante. Le alcanzaron para ir a dejarnos las mejores fotos de los más bellos lugares de Nueva Zelanda, Australia, Japón, China, Vietnam, Camboya, Indonesia, Singapur, Tailandia, Nepal, Sri Lanka, India, Turquía, Alemania, Francia, España, Italia, Argentina, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Venezuela, México, Estados Unidos y casi todo Colombia. Y también le alcanzó el tiempo para ir a gozarse conciertos de Madonna, U2, Depeche Mode, Paul McCartney, Jamiroquai, Lady Gaga, The Killers, Moby, Fatboy Slim y otros muchos que no me acuerdo, y todos los Stereo Picnics en Bogotá. Y por supuesto Pink Floyd. Para la eternidad le dedico su canción preferida, Wish you were here, y le deseo lo que le escribió su querida amiga Andrea Salazar: Que este sea el mejor de tus viajes, volá alto muy alto, andá a donde hayan conciertos interminables y postres infinitos.
Hoy celebro tu vida.
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